IENTRAS Javier Maroto apura sus días de portavoz suspendiendo en geografía en la comunidad de la que se hizo hijo adoptivo para seguir luciendo cartera, su presi Mañueco claudica ante quien banaliza el terrorismo machista mezclando churras con merinas con afán de tergiversar en pro de su interés. Diez mujeres asesinadas en lo que va de año en el Estado y 1.136 desde 2003, además de 47 menores, es para estos cafres tan equiparable a -como bien ejemplificó Eduardo Madina- agredir al cuñado en la cena de Nochebuena. Intrafamiliar es hacerle un regalo a tu primo o comerte las magdalenas de tu amatxu. Pero la violencia contra las mujeres es la manifestación extrema de una forma de dominación sustentada en la superioridad física, la dependencia económica, psicológica y emocional por parte de individuos formados, muchos, bajo los patrones ideológicos de esta calaña de pseudodirigentes de derecha extrema. La cesión política ante este chantaje coloca en el mismo lugar al timador como a quien se deja embaucar. Y mirar de soslayo, como hace Feijóo, o señalar a Podemos para situarlo en equidistancia con el supremacismo ultra, que incita al odio contra colectivos y niega la memoria a víctimas que no son las suyas, resulta igual de nauseabundo por mucho que el nuevo prócer de Génova cuide sus formas. También Marine Le Pen lo hace cuando tuitea sus fotos acariciando a sus gatitos. Como aquel villano animado Dr. Gang que nos causaba tanto pavor.

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