UEDE que la mascarilla deje de ser obligatoria el próximo 20 de abril, pero la seguiremos llevando mucho tiempo por dentro, en el interior. Más allá del transporte público y el resto de excepciones, de alguna forma arrastraremos la incertidumbre que nos ha generado esta guerra, que los expertos auguran que libraremos casi de por vida. Afortunadamente, habría que añadir, porque se ha ganado la batalla central y hay demasiados que no han podido contarlo. Esa mascarilla interior será a partir de ahora una alarma que se encenderá, por ejemplo, al entrar en un bar con el personal descontrolado. O en cualquier situación en la que se perciba riesgo de contagio. ¿Volveremos a formar parte de una aglomeración sin que nos invada la inquietud? Veremos. Y si es así, será fantástico. Pero al igual que, porque me conozco, sé que nunca intentaría enriquecerme cobrando comisiones por mediar en la compra de mascarillas en un momento crítico; tampoco me veo perreando durante una buena temporada. Es lo que tienen las pandemias. Se entra como un niño en bi urteko gela y se sale con un posgrado del MIT. Una vez superado el peligro principal -hay que esperar que así sea- llega el momento de llevar a la práctica todo lo que hemos aprendido estos dos largos años. Es el punto difuso del decreto que nos libera de las mascarillas cuando apela a la responsabilidad de los colectivos vulnerables, en la que también somos responsables los no vulnerables.

Asier Diez Mon