A carrera recién terminada, muchísima ilusión y poquísimo dinero en el bolsillo. Menos mal que nuestros aitas nos tenían asegurados sanitariamente en una empresa privada de la que nos iban desapuntando según lográbamos contratos de trabajo. Yo me demoré en tanto sobreviví unos cuantos años en el limbo de los becarios.

Trabajando muchas horas y con serios problemas de respiración fui al especialista del hospital público que me correspondía, el cual me diagnosticó desviación del tabique nasal, indicándome que debería operarme. No me lo pensé, le dije que sí y entonces me preguntó si tenía seguro médico, a lo que un inocente como yo le contestó la verdad, momento en el que me sugirió que quizás era mejor operarme en una clínica privada de Donosti, que así iba a ser más rápido y seguramente con mejores resultados. Le pregunté si allí operaba alguien reconocido y él me contestó que por supuesto, que él mismo.

Este recuerdo ya olvidado me ha vuelto al hilo de un artículo que escribí en esta misma columna sobre protestas interesadas y tramposas en las que, entre otros asuntos, mostraba mis dudas sobre el conflicto de los cardiólogos de Basurto y su posible, solo posible, interés en seguir contando con los cirujanos cardiovasculares en ese hospital para aprender en lo público lo que aplican en los hospitales privados. Y, vaya por dios, se han enfadado un poquito y me han enviado una protesta desde Basurto Bizirik vía Twitter.

Si yo soy libre de expresar mis ideas, dudas y quejas, ellos también lo son, y no pongo ninguna objeción a lo que proclaman. Eso sí, tras leerlo tranquilamente, me he dado cuenta que es posible que me hayan sacado de dudas, pues el escrito con el que me contestan y critican comienza así: "El ejercicio simultáneo de la medicina en los ámbitos público y privado supone indudablemente un enriquecimiento del médico". Pues lo que yo sospechaba.