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Mesa de Redacción

Arantza Rodríguez

Imposible, mi hijo no pega

LGUNOS reciben su primera torta en la guardería por amagar con apropiarse de un chupete ajeno. Por suerte, la mano que la propina es pequeña. Otros se estrenan en el ring de dos años. Aún recuerdo las caras de los padres, con los ojos abiertos como el emoticono pasmao, cuando la andereño avisó de que los críos podían sufrir algún mordisco o arañazo. Pero si se lo dejas en depósito sin un rasguño, ¿por qué te lo devuelven magullado? Encima cuando ya ha caducado la garantía y ni siquiera puedes pedir que te lo cambien por otro. Luego ya asumes que es lo que hay y haces hueco en tu bolso-trolley a la barrita de arnica, la cristalmina y las tiritas, cuyo efecto placebo, si son de dibujitos, no se paga ni con todos los briks de leche del mundo. Como en las noches de juerga, lo que pasa en el aula de dos años se queda en el aula de dos años. Otra cosa son las reyertas en el patio. “Tú hijo le ha pegado al mío”. “Imposible, mi hijo nunca pega. Mi hijo nunca insulta. Mi hijo nunca miente”. “Perdona, que lo he visto con mis propios ojos y las gafas puestas”. “Las tendrás empañadas”. “Les echo espray antivaho”. “Será del chino”. Qué fe ciega o qué ganas de no querer ver. Será por deformación profesional, pero a mí me dice el crío que le han pegado y le pido dos testigos y la grabación de la cámara del bar de enfrente. Igual la otra está hoy en su casa con su hijo, el que nunca pega, nunca insulta, nunca miente, y le llega al móvil un vídeo de cómo patea a otro niño.

arodriguez@deia.eus