OS acuerdos entre diferentes no cotizan en el mercado de valores de la política como merecen. Se alcanza, por ejemplo, una entente extraordinaria en el Parlamento en torno al sistema educativo vasco -PNV, PSE, EH Bildu y Elkarrekin Podemos- y los que se quedan fuera -PP y VOX-, lejos de sonrojarse, afean el sectarismo de los que han sido capaces de sentar una base de cara al futuro de la enseñanza. Son cosas que pasan, pero empiezas afirmando que Europa se queda aislada de Reino Unido por la niebla en el Canal de la Mancha y acabas abandonando la Unión Europea. Y PP y Vox están aquí para lo que están: aportar su granito de arena a la reconquista ultramontana de la derecha. Desde el banquillo de los legos en educación, se diría que si cuatro partidos han pactado los cimientos del nuevo sistema algo habrá de bueno en ello. Aunque solo sea por pura estadística. Lo que ocurre es que el euskera se cruza por ahí. Y como siempre se abre un agujero negro que lleva el debate a otra dimensión. Un charco en el que se habla de todo menos de cómo mejorar el nivel académico de los estudiantes. Y ahí es donde, tal vez por desconocimiento, me resisto a creer que el euskera suponga un lastre para cumplir con los objetivos curriculares. Ni el Gobierno ni el Parlamento pueden entrar en un aula o en una casa para garantizar que el profesor y, sobre todo, el alumno se esfuercen al máximo y saquen el mayor rendimiento posible. Hay cosas que, afortunadamente, no dependen de los partidos.