ESDE que Putin convirtió sus "maniobras militares" en una agresión en toda regla, el mundo ha cambiado. Ha cambiado a peor. Y en ese cambio se nos han destapado nuestras contradicciones más descaradas.

Soy de los que piensan que puedes ir más cargado de razones que un santo. Pero si en base a esas razones agredes a alguien, sencillamente dejas de tener razón. Por ello, creo que Putin -y todo el que viole el derecho internacional humanitario, sea ruso, ucraniano o lo que sea- deberá responder ante la Corte Penal Internacional o el tribunal que se establezca. Y creo que aún queda pendiente lo mismo con los responsables de lo ocurrido en Siria, y en más sitios, donde quedan los mismos escombros que ahora yacen en ciudades ucranianas.

Los refugiados ucranianos tienen -por supuesto- todo el derecho del mundo a ser acogidos por nosotros. Pero que no se nos olvide que los sirios y otros también tenían ese mismo derecho.

En todo conflicto, la verdad es la primera víctima. Antes incluso -cronológicamente- que la primera víctima mortal. Los y las periodistas ven como su materia prima se convierte en materia volátil. Y eso no solo les pasa los corresponsales de guerra.

Los medios occidentales abandonaron Rusia el viernes. Se había promulgado allí una nueva ley que impone penas de hasta 15 años de prisión por difundir "noticias falsas". Y la veracidad, a partir de ahora, la determinaría el Kremlin. Ese mismo día pude ver imágenes en RTVE -sin censurar- de la valla de Melilla, donde se veía lo que vimos todas y todos y que era una vergüenza sin paliativos. Y me dije que aún nos diferenciábamos de los malos.

Poco antes de ponerme a escribir esta columna he visto que Borrell declara en el Parlamento Europeo que "tiene que haber alguna garantía para que la información no sea un elemento que contamine las mentes", que quiere un mecanismo para sancionar actores nocivos que desinforman. No bastaba con cerrar panfletos rusos.

De verdad ¡qué mal fario me da todo esto!

@krakenberger