A audiencia reacciona bien ante la guerra, prepara el avatar, se indigna de forma súbita y le invade una tristeza exprés. En la huida de la población de Ucrania en los andenes o los muertos con sus maletas aparcadas, hay un terror acorde a los kilómetros, a una guerra cercana, con impactos nucleares posibles. Recuerdo la guerra de Siria, que ha de seguir activa sin que lo sepamos, y aparece la toma de Alepo con la misma destrucción y el mismo ensañamiento, muerte y un éxodo hacia Europa. La población ucraniana huye sin mascarillas en medio de una pandemia global. Hay miedos superlativos y algunos son como capas superpuestas. Los huidos se van con lo puesto, que es un volumen de inquietud inimaginable para los que lo vemos por las pantallas, un vídeo o un abanico de fotos. La noticia más leída la semana pasada en la web de DEIA fue la apertura de una tienda de gadgets de cocina en el centro de Bilbao y, entre otras, el modo de sobrevivir a un impacto nuclear. Formas de mejorar la vida cocinando o indicaciones preventivas ante el apocalipsis se unen en un público que lo mismo siente miedo de la geopolítica que renueva la colección de sartenes. Me pregunto hasta qué punto las guerras transmitidas ensanchan nuestra sensibilidad mientras un cierre de click, como una tregua, nos devuelve a la banalidad hasta las malas noticias del día siguiente. No es una crítica, aquí también vamos con lo puesto, una audiencia que visiona la guerra, protesta, tiene miedo y se arma con sacacorchos de última generación.
susana.martin@deia.eus