Estamos fijando la mirada en una guerra no tan lejana y, seguramente, eso nos hace perder de vista errores y horrores más cercanos. Seguimos luchando, y perdiendo, batallas contra la violencia machista o la igualdad de acceso al bienestar, por ejemplo. Pero es cierto que el horror en Ucrania se ha ganado encabezar la lista de nuestra atención, aunque sea igualmente injusta la tragedia que nos baña los pies en el Mediterráneo, en Siria o en Yemen.

En enero se redujo el margen de supervivencia de la especie humana en el reloj del apocalipsis. Ya estábamos de los nervios con los "dos minutos para la medianoche", eufemismo que identifica el riesgo de cataclismo, pero el mes pasado se redujo a cien segundos por mor de la tensión internacional, el rearme nuclear, la inoperancia ante el cambio climático y la pandemia covid. Hoy no estaremos a más de minuto y medio de cargarnos este tinglado.

¿Por qué preocuparnos tanto si, en el fondo, casi nadie cree que vaya a haber un conflicto nuclear? Las razones más obvias son que el imperialismo que manda en Rusia practica el terrorismo -esto es, provocar terror en otros para obtener ventaja- en todas sus formas. Desde el cibernético al financiero pasando por la amenaza física ante la evidencia de que llegará a la agresión, si lo considera oportuno. La fuerza militar rusa es hoy la mayor amenaza terrorista para la democracia en Europa. Nos recordarán que también lo ha sido la estadounidense en otras regiones. Sí, y ese mal de muchos no consuela ni justifica. Putin deteriora nuestra estabilidad y calidad de vida por el impacto de sus actos en los precios, el empleo, la salud, el clima, las finanzas,... en eso vivimos en Kiev. Nuestra vida va a empeorar y defender nuestro modelo va a costarnos tiempo y dinero. Y habrá una tentación de no hacerlo a costa de nuestra comodidad. Con eso cuentan los Putin del mundo.