A agitada vida política que nos sobresalta continuamente no permite dedicar un poco de atención a otros temas que, aunque hagan referencia a hechos que suceden más allá de nuestras fronteras (con toda la carga de relatividad que encierra hoy la noción de frontera estatal) tienen indudable interés para conocer mejor la realidad política en la vivimos. Más concretamente, en fechas recientes y coincidiendo con las tronantes trifulcas políticas a las que hemos asistido estos ultimas días -accidentada votación en el Congreso de la reforma laboral, fuerte controversia sobre los resultados de las elecciones en Castilla y León, aguda crisis interna del PP- han tenido lugar, en un ambiente político que poco tiene que ver con lo que ocurre aquí, la elección del presidente de la República en Italia (además de las elecciones portuguesas, que también tienen interés para nosotros aunque requerirían un artículo específico) tema al que se dedican las líneas que siguen.

Italia siempre ha tenido, desde el punto de vista constitucional, un interés especial para nosotros ya que, no en vano, es el país que, junto con Alemania (que también acaba de reelegir recientemente a su presidente federal, Frank-Walker Steinmeier), ha tenido mayor influencia en el diseño de nuestro actual modelo constitucional y, en particular, en la configuración de nuestra forma de gobierno parlamentaria; si bien en los dos países reseñados esta se articuló bajo la forma de República parlamentaria mientras que en nuestro caso las circunstancias históricas de la transición abocaron a la Monarquía parlamentaria. Se trata, por otra parte, de una influencia constitucional mutua y recíproca puesto que cuando Italia, en la posguerra mundial y tras el referéndum en el que se instaura la República (1946), elabora su Constitución (1947), esta tiene también influencias de la nuestra de 1931, mediante la que se articulaba política e institucionalmente la II República; muy especialmente en lo relativo a la organización territorial del Estado bajo la forma del Estado autonómico.

Pero más allá de estas referencias históricas, que conviene no olvidar, y centrándonos en el tema que origina estas líneas, relativo a la reciente elección del presidente de la República en Italia, lo cierto es que esta ha presentado en esta ocasión características distintivas que merecen ser objeto de algunos comentarios. El primero, que en esta elección el presidente electo, Sergio Mattarella, prorroga su mandato presidencial contra su voluntad, según ha manifestado expresamente el propio presidente. Lo que no deja de ser una seria anomalía institucional a la que es conveniente prestar la atención debida ya que se trata de un órgano que en Italia, a diferencia de otras Repúblicas parlamentarias (Alemania sería el caso más próximo) en las que ofrece un perfil más tenue, tiene un papel clave en la estructura institucional del Estado.

Este hecho cobra mayor significación si se tiene en cuenta que el anterior presidente de la República, Giorgio Napolitano, también se vio obligado a prolongar su mandato presidencial (2006-2013) contra su voluntad, viéndose obligado a ampliarlo forzadamente durante un periodo adicional (2013-2015). Tampoco cuando el anterior presidente finalizó su mandato fue posible lograr un acuerdo entre las formaciones políticas para elegir a su sucesor, que finalmente recayó en quien en estos últimos siete años ha desempeñado el cargo, Sergio Mattarella. La reiteración de este hecho en los dos últimos presidentes italianos, que se han visto obligados a prolongar forzadamente y contra su voluntad el mandato presidencial sin que haya sido posible acordar entre las formaciones políticas la renovación del cargo presidencial, no deja de ser un indicio revelador de un funcionamiento institucional que presenta algunos problemas que no sería prudente ignorar.

Hay que tener presente que en Italia, a diferencia de otras repúblicas parlamentarias como ya se ha indicado anteriormente, la Presidencia de la República es un elemento clave del sistema institucional ya que tanto la Constitución como, asimismo, la praxis política e institucional continuada han hecho que el presidente de la República ha jugado (como señala P. Biscaretti) un cualificado papel coordinador del conjunto del sistema institucional. En ello han influido también los continuos cambios en la jefatura del Gobierno, que constituye uno de los rasgos más distintivos del sistema político italiano -en el periodo transcurrido bajo los dos últimos presidentes italianos (2006-2021), se han sucedido nada menos que ocho jefes de gobierno- lo que por contraste con esta volatilidad gubernamental, tiene el efecto de reafirmar la posición de la institución presidencial como garante de la estabilidad del sistema político. A lo que habría que añadir también la personalidad de los presidentes de la República que, salvo alguna excepción, han contribuido decisivamente con su actitud y su comportamiento institucional a revalorizar la institución presidencial, quizá la más valorada de todo el sistema institucional italiano.

Interesa también reseñar el hecho de que esta elección presidencial tiene lugar cuando se cumple un año desde la designación de Mario Draghi al frente del Gobierno italiano y cuando falta otro año para que finalice la actual legislatura, lo que ha condicionado tanto el planteamiento como el resultado final de la elección presidencial, que probablemente hubiese sido otro distinto de no mediar ambos condicionantes. Esta es precisamente la causa principal de la reiteración de la anomalía institucional que, como ya se ha indicado, constituye la prolongación forzada del mandato presidencial contra la voluntad de sus titulares por segunda vez consecutiva. De no haber sido así, se hubiese visto afectado seriamente el equilibrio institucional ya que el traslado del primer ministro, Mario Draghi, a la Presidencia de la República, como era la opción más barajada, hubiese supuesto la disolución de la amplia mayoría parlamentaria con la que ha contado el Gobierno durante este ultimo año y, como consecuencia de ello, la previsible convocatoria de nuevas elecciones antes de la finalización de la legislatura.

De todas formas, lo más probable es que como ocurrió también con el anterior presidente, Giorgio Napolitano, el actual, Sergio Mattarella, tampoco complete su segundo mandato presidencial y dé paso, sin esperar a que este finalice dentro de siete años, al nuevo presidente de la República, que la mayoría de los analistas italianos auguran que podría ser el actual primer ministro, Mario Draghi, a quien la especial coyuntura política del momento ha impedido acceder a la Presidencia ahora. Previsiblemente, las próximas elecciones legislativas, previstas para el próximo año (2023) y la consiguiente formación tras ellas del Gobierno con un nuevo primer ministro al frente, abrirán un nuevo escenario político en el que se plantee el relevo presidencial que no ha podido efectuarse ahora por no alterar el delicado equilibrio institucional existente a lo largo del último año, que hubiese quedado roto con la ausencia de Draghi al frente del Gobierno.

Si bien el relevo (o el no relevo como ha ocurrido en esta ocasión) en la Jefatura del Estado de un país vecino, en este caso Italia, no es un tema tan excitante como los sobresaltos que continuamente hemos de afrontar aquí, no está de más dedicar también algo de atención a lo que ocurre por otros lugares, lo que siempre nos puede aportar referencias de utilidad. Aunque en nuestro caso no sea posible la elección del Jefe del Estado como en las repúblicas parlamentarias, experiencias como la italiana sí pueden aportar referencias de interés sobre la forma de mantener los equilibrios institucionales o, al menos, evitar su agravamiento ante situaciones en las que la estabilidad institucional no deja de ser bastante problemática, lo que no es algo que nos resulte desconocido. Y, en cualquier caso, siempre puede servirnos como un referente a tener en cuenta en un ámbito como el de la normalización institucional, que a día de hoy es uno de los principales problemas que tenemos planteados. * Profesor