DECEPCIÓN es el pesar que queda tras un desengaño. No hay mejor forma de expresar el sentimiento que dejó la actuación del Athletic en Mallorca. En plena efervescencia por la dinámica de los últimos dos meses, de repente llegó la debacle. Una caída en picado en todos los aspectos del juego hasta desfigurar la imagen labrada a lo largo de un montón de compromisos, en teoría más complicados en la inmensa mayoría de los casos. Curiosamente, casi lo único rescatable se materializó en la faceta más problemática para este equipo, el remate: los dos intentos en que la pelota se dirigió entre los palos subieron al marcador. Triste gracia tiene que de la máxima eficacia se obtenga una rentabilidad nula, pero que así fuese conduce a la conclusión ya mencionada. Y es que resulta imposible eludir la derrota si falla la lectura del juego, la concentración, el balance defensivo, la creación, el grado de intensidad.

En el archivo, este partido se guardará en la carpeta de los fiascos, de los desatinos que causan sonrojo o un monumental berrinche, petardazos a los que no hay manera de adjudicar una explicación sostenible, siquiera atenuante. Las consecuencias están por ver. De entrada, volverse a casa de vacío arruina una opción de acercarse a los puestos pretendidos, aunque habiendo catorce jornadas aún por delante tampoco cabe elevar el patinazo a la categoría de tragedia. Objetivamente, Europa sigue estando a tiro. Cuestión diferente es la sospecha que en algunos plantea el hecho de que con frecuencia el Athletic que le mete de cabeza en la zona noble. La suspicacia que subyace en dicha hipótesis es hasta cierto punto comprensible, por la reiteración. Pero la verdad es que cuesta dar pábulo a esa especie de mal de altura, vértigo si se prefiere, porque si los futbolistas no son los más interesados en alcanzar este tipo de metas, pues apaga y vámonos. Nada tendría sentido.

Lo recién vivido sugiere una teoría más plausible y preocupante a la vez, que asimismo el tiempo confirmará o desmentirá. A riesgo de precipitarse, pues quizá lo del lunes fuera un simple accidente, como en su día se catalogó el 0-1 del Cádiz en San Mamés, tenemos a mano una serie de experiencias que versan sobre la capacidad del equipo para ofrecer un rendimiento constante a lo largo de un período dilatado, de varios meses. No de uno ni de dos, sino de una duración que acredite su fiabilidad y, por añadidura, avale la legitimidad de sus aspiraciones. Sin ir más lejos, la última temporada es paradigmática al respecto y está en la mente del aficionado. Aquello no fue un fenómeno extraño, algo que no hubiese pasado en campañas anteriores, pero le dio pie a Marcelino, que tomó buena nota, para que en pretemporada reclamase a la plantilla un comportamiento más estable, más regular. Era, y es, su prioridad, lo que el entrenador quiere del equipo.

Esta interpretación después del revés de Mallorca posee su fundamento y genera temor. Hay que considerar que en los dos partidos que anteceden a este donde todo salió torcido, se pudo percibir un notorio descenso en las prestaciones del bloque. Frente al Espanyol y al Espanyolel Valencia Se trata de dos fechas separadas en tres días, con formaciones iniciales en las que solo repitieron cinco hombres, y en ambas sucedió que el Athletic redujo su producción en ataque a prácticamente nada. En esos noventa y tantos minutos disputados en casa, el saldo ofensivo fue un remate de Berenguer contra la portería del Valencia a cinco minutos de la conclusión. Contra el Espanyol fue peor, tras el descanso no se registró un solo acercamiento al área, es decir el Athletic prácticamente no atravesó la línea divisoria del campo con posibilidades de inquietar al oponente.

Pese a que tenga su miga, no en vano es bastante más grave que el trillado déficit de acierto en los metros finales, el tema de la casi absoluta nulidad con balón pasó desapercibido. En ello influiría que se ganó al Espanyol y que en el siguiente duelo las valoraciones, la polémica y el debate se focalizaron en la particular concepción futbolística en que se inspira José Bordalás o, en su defecto, en la errática labor desempeñada por el árbitro.

En la esperanza de que lo apuntado responda a una circunstancia pasajera, el análisis tanto del saldo rematador como del juego realizado en los tres partidos propicia que la mosca revolotee detrás de la oreja.