N los días que corren la gente sabe el precio de todo y el valor de nada", decía Oscar Wilde en su afamado Retrato de Dorian Gray. Los tiempos habrán corrido una barbaridad, no lo dudo, pero la frase sigue vigente. Si quisieran una mirada más actual, escuchen al oráculo de Omaha, Warren Buffett, con un don para simplificar las cosas: "El precio es lo que se paga. El valor es lo que se obtiene", dijo. Y no se puede decir mejor.

¿A santo de qué hablar ahora del dinero, algo de poca educación según decían las viejas costumbres? El quid de la cuestión está en el mercado de los locales comerciales de Bilbao, cuyo alquiler casi cotiza en la Bolsa de Wall Street. El precio de las lonjas dificulta, hasta la extenuación, la posibilidad de explotar cualquier negocio que allí se instale. Incluso zancadillea el progreso del propio mercado inmobiliario del sector, paralizado por los citados obstáculos para sacar rentabilidad a cualquier negocio que se encadene a gastos tan altos.

El suelo de Bilbao cotiza hoy como antaño lo hizo el suelo de Texas, cuando estaba sembrado de bolsas de petróleo. El problema es que cuesta dar con la perforación, con la idea justa para levantar un pozo de beneficios. La ciudad sigue teniendo imán, eso es indudable. Atrae a posibles emprendedores. Hay un puñado de calles cuya sola mención para abrir un negocio ponen los dientes largos. El mismo puñado de calles cuya sola mención ponen los dientes largos al arrendador. Piénsenlo. ¿Ustedes qué prefieren: tener una tienda en la Milla de oro de la ciudad o ser propietarios de la lonja o el edificio donde se asienta ese negocio? Si ya lo han pensado, contéstense con sinceridad y comprobarán el porqué de tanto ir y venir de cierres y aperturas, de tanto negocio en quiebra o tanto local desocupado.

El asunto es tan peliagudo que existe el riesgo de que se reproduzca el cuento del rey desnudo. O el de la reina desnuda, ya que hablamos de la villa y de sus Millas de oro. La historia del viejo emperador coqueto que quiso hacerse el mejor traje del mundo y fue estafado por unos pícaros que le convencieron de que solo los ineptos y estúpidos no eran capaces de ver las prodigiosas telas (y nadie fue capaz de desdecirles por no quedar mal...) hasta que un niño gritó, a su paso, "¡pero si va desnudo!" es un apólogo con un mensaje de advertencia: "No tiene por qué ser verdad lo que todo el mundo piensa que es verdad".