EMOS pasado unos días de píos deseos, cohetería estrepitosa y descorches varios, incluida el agua de los floreros, pero en el fondo sinceramente sobrecogidos por lo sucedido a lo largo del año que hemos dejado atrás, guapetones, camorristas y capitanos della Valle Inferna aparte que no pueden faltar a la cita de una buena catástrofe para hacer de don Trancredo frente al virus o para acusar de oprobio, así en general, y de despotismo a un Gobierno que, entre aciertos y palos de ciego, hace lo que puede; acusaciones en apoyo de otro gobierno futuro (regional con aspiraciones nacionales) que ha demostrado hacerlo de manera absolutamente criminal: no olvidemos las residencias de ancianos, porque esa gestión, por muy regional que ahora mismo sea, tiene aspiraciones nacionales. Criminal o cretino, eso a gustos, siempre es el de la trinchera de enfrente, los de la nuestra angelicos del señor, doctos, los mejores.

Entre tanto, una parte nada desdeñable de nuestra sociedad ha pasado estos días finales de año y estas horas de comienzo del 22 en solitario con el alma en un puño, por no hablar de los desganados poco ansiosos de festejar nada, que se han dado por encerrados, como aquellos encamaos del tiempo pasado que no volvían a levantarse.

La nuestra ha sido una tregua navideña no exenta de las habituales canalladas de la cosa pública, como la que padece el diputado canario Rodríguez, por parte de la derecha y de esa cosa que se llama PS, o la de la sanidad madrileña en derribo que aspira a extenderse a todo el Estado. ¿Hasta cuándo? Ni idea.

Acoquinados con motivo sobrado, nos hemos deseado un año feliz, venturoso, y durante unas horas no hemos pensado en lo que nos ha traído la pandemia porque es mejor no asomarse a una situación, la nuestra, en la que conviene no enfermar de nada, ni el 31, ni hoy, día de poderoso bestondo para muchos, ni mañana, porque es como asomarse a un pozo del que no se sale. Son alarmantes las divergentes versiones oficiales de lo que sucede en el ámbito sanitario y las privadas de quien padece unas inexplicables limitaciones que no se deben en absoluto a los profesionales sanitarios, a quienes se escucha como quien oye llover.

De los píos deseos al comenzar el año de los que hablaba el poeta y de los propósitos de la enmienda y de los proyectos vinosos no digo nada, y echando mano de uno de mis escritores favoritos, R. L. Stevenson, digo que, por lo que a mí respecta, con no ser peor de lo que he sido y de seguir, en la medida en que esté en mi mano, vivo y sano, me conformo. De lo demás no tengo queja, ambiciones y aspiraciones, pocas y realizables, sin loterías ni milagros, al tranco que se puede.

Conformarse no es conformismo. También lo he aprendido en esta pandemia. Conformarse con lo que te cae encima no equivale a perder la esperanza de quitárselo de encima ni a tirar la toalla, y sí a no desgastarse en peleas inútiles. Algo así. Elementales precauciones en lo pandémico y oposición firme a las aspiraciones reaccionarias, involucionistas, autoritarias.

¿Cederá la pandemia? No lo sé. Un servidor aguanta el chaparrón como puede, y espera a que escampe con una pachorra que desconocía y ya muy ejercitada estos dos últimos años. Porque aquí, a peor solo va a ir, de fijo, la cosa pública; la situación sanitaria, en cambio, puede mejorar, por qué no. Es decir, en el futuro es posible que ceda la pandemia vírica y se refuerce la sanidad pública con medidas económicas y de personal en previsión de nuevas plagas. Cualquier inversión en ese sentido será poca.

No tengo ni idea de si la mascarilla va a ser obligatoria en interiores y libre en exteriores, o viceperversa, como ahora mismo. No sé si me voy a vacunar por cuarta o quinta vez, o si voy a andar vestido de buzo, como ignoro si vamos a andar disfrazados de endémicos una temporada larga. Procuro no asomarme a los alardes científicos de los adivinadores del porvenir y prefiero, con mucho, estar a verlas venir, en invierno, que decían los sabios chinos que era la estación de la paciencia, aunque me temo que ahora estaciones de la paciencia son todas.