SCRIBÍ al comienzo del confinamiento en esta columna algo sobre ese equipo de guionistas que se encargaba de la realidad, y que nos había preparado el año del covid, intentando expresar esa sensación que se nos está quedando de que asistimos a los acontecimientos sin demasiada capacidad de acción, simplemente porque las cosas vienen así.

Pero en el mundo real no hay tal plan de un showrunner omnisciente y todo acontecimiento inesperado y hasta catastrófico nos llega propiciado por pifias que hemos ido acumulando antes. Esto daría para una discusión más profunda: quizá salvo lo de un impacto cósmico todo acaba teniendo un origen en la codicia e imprevisión humanas.

Pero a lo mío: estos días estamos asistiendo a un inesperado giro de guion pandémico (¡otra vez no!, le grito al televisor cuando en una serie vuelven a complicar la trama para poder alargarla un poco más, pero repitiendo la fórmula anterior).

Aunque no imaginábamos que en este adviento también acabaríamos cancelando reuniones y retomando lo de los núcleos de convivencia, ya sabíamos que esta época constituye el mejor momento para una transmisión colectiva de los virus.

"No pasarán por las vacunas", nos repetíamos mientras mirábamos con condescendencia a otros países donde el porcentaje de vacunación es muy inferior. Y aunque es cierto que esto nos da mayor esperanza, no basta.

Debemos convencernos de que es mejor la parsimonia, ya hemos pasado por circunstancias inciertas y peligrosas y seguimos aquí. Quizá sea incómodo volver a cuidarnos con la mascarilla o quedarnos más en casa pero ya lo hicimos hace un año, y es mejor llegar a primavera para ver qué sorpresas nos dan las nuevas variantes víricas. Y esperar que con la misma diligencia que el primer año de pandemia podamos ir llegando a tener más vacunas y una cura.