O obsceno no es poner una foto donde se te vea el pezón en las redes sociales, aunque si eres mujer eso supondrá la censura y el castigo de los puritanos; lo obsceno es gastarte millones de euros en un viaje al espacio para fardar. Quizá antes de que los muchimillonarios se dedicaran a subir al cielo porque ellos pueden era ya bastante obsceno tener esos millones de euros excedentarios. En el mundo actual el capital declara obscena la exhibición de algunas partes de ciertas anatomías pero califica como un hito el que se dilapide dinero en hacer algo exclusivo y absurdo, inútil en el fondo. Exhibiciones impúdicas de poder que, para colmo, coreamos como si fueran lo más de lo más. A la plebe siempre nos fascinaron las pelucas y los maquillajes de la corte, ahora es ese lujo y la última tendencia que saldrá la próxima semana y desaparecerá al poco, no sin dejar aún más dinero en manos de quienes ya tenían demasiados.

Me desagrada, me entristece, me siento cada vez menos parte de este conciliábulo de lo exclusivo, lo único, lo que sea tendencia. Y no es envidia, aunque una y otra vez temo que nos hayan imbuido de esa ansiedad por poseer, por igualarnos a ellos, al menos desearlo. Jaleamos a quienes de repente ascienden la escalera que lleva a la cima social, hasta los hacemos modelos de conducta cuando deberíamos analizar cuánta cabeza han ido pisando para conseguirlo o a quién le deberán pleitesía. Pensaba así esta semana mientras veía angustiado el avance de la colada de lava incinerando y sepultando propiedades, recuerdos, todo lo que consideramos producto de la civilización, devolviendo el terreno al comienzo evolutivo de este planeta. Como si el volcán mostrara brutalmente lo contingente y frágil que es nuestro reinado sobre la creación, como se decía antes. Una obscenidad también, si lo pensamos...