OS Estados Unidos no invadieron Afganistán para salvar de la opresión a las mujeres de aquel país, sino en venganza por el apoyo talibán a los autores del 11-S. Luego, los ocupantes anunciaron a bombo y platillo una nueva era de libertades para toda su población, incluida la parte femenina. En los 20 años de intervención se han sucedido las medidas en los ámbitos sociales, educativos, económicos y políticos afganos. En Irak, país invadido casi al mismo tiempo, no ha existido nada parecido, a pesar de que la situación de las iraquíes tampoco sería tan envidiable. De todos modos, no todo ha sido propaganda. Las condiciones de vida de las afganas parece que han mejorado realmente durante la ocupación, pero solo hasta donde alcanzaban las M4 de los marines. Únicamente la presencia militar de Estados Unidos y sus aliados garantizaba la permanencia de los derechos otorgados. Más allá nunca ha dejado de reinar el silencio y la oscuridad para todas ellas. De forma prácticamente unánime, occidente llora ahora la triste suerte de las mujeres de Afganistán tras la vuelta al poder de los talibanes. No dudo de la sinceridad de la mayoría de esas lágrimas, pero algunas no dejan de sorprenderme. Gente que no ha dejado de criticar la intervención militar occidental se rasga ahora las vestiduras por su retirada, hasta el punto de acusar a los estadounidenses de abandonar a su suerte a las afganas. Mientras, a otros que deploran la vuelta del yugo masculino talibán nadie les ha oído nunca una palabra contra regímenes igual de misóginos y autocráticos, como el saudí, o apoyan sin fisuras a gobiernos que persiguen toda muestra de autoafirmación femenina, como el egipcio. Lo de Afganistán es una tragedia, y no solo por lo que les está ocurriendo a sus mujeres. El tema, sin embargo, tiene muchas aristas, que chirrían al encontrarse con nuestras anteojeras ideológicas y los intereses geopolíticos de los países que habitamos.