UEDE que algún día un círculo con espículas limadas se convierta en logo de la lucha contra las infecciones coronavíricas. Como la rosa con fragancia visual en un cenicero limpio es imagen de salud para no fumadores. Porque hoy es, desde 1987, el recuerdo del Día Sin Tabaco. Con el lastre tan presente de la pandemia covid puede quedarnos en segunda fila una nebulosa de volutas con epidemias como esta del humo tabáquico. Ahora que tanto hemos aprendido y soportado gráficos con miriadas de datos sanitarios, vemos que el covid-19 ha infectado ya a 171 millones con 3,6 millones de muertos; dramático, porque aún no ha dicho adiós aquí y apenas ha comenzado a presentar su peor cara en los países más pobres. Pero el tabaquismo afecta a 1.200 millones de personas en el mundo y mata a 8,2 millones, de ellos 1,2 millones fumadores-pasivos. Y esto un año tras otro. El tabaquismo es la principal pandemia prevenible.
Ni en sus sueños más fumetas imaginaría el marinero de la Santa María, Rodrigo de Jerez, que ser el primer fumador europeo de tabaco llegara a tener tantos millones de seguidores. Followers ansiosos de imaginarios beneficios en la salud, buscadores de placer y desde mediados del siglo XX sabedores de que cada calada era un intenso arreón hacia la tumba, al tiempo que negocio redondo para las tabaqueras y las arcas de los estados, que siempre han entendido que los vicios legalizados de la ciudadanía son los tributos mejor soportados. Lo digo como fumadora en excedencia que aún aspira el deseo del pitillo, aunque sepa que produce el 22% de todos los cánceres, el 85 o 90% de los de pulmón y es alto riesgo para otros muchos tumores, incrementando la probabilidad y gravedad de otras patologías.
Los científicos ya advertían de estos riesgos a mediados del siglo pasado, pero vean las películas hasta los 90, donde el cigarro era habitual, o repasen la publicidad de esos años, incluso patrocinando pruebas deportivas.
De hecho, las tabaqueras manipulaban los resultados que presentaba la "mala prensa científica" antitabaco. En 1971 algunos países comenzaron a poner alertas de salud en los paquetes y en 2001 se prohibió usar la palabra light en las cajetillas. En España, hasta 2005 no se legisló contra el tabaquismo y la ley actual que prohíbe fumar en zonas cerradas es de 2011. Todos recordamos aulas o salas de espera en hospitales entre neblinas de humos con ceniceros rebosantes.
Lo peor es que los intereses tabaqueros aunados con los recaudatorios estatales, más la precariedad laboral del sector sin ayuda para reconvertirse, han derivado el problema hacia países menos desarrollados y sin leyes de protección sanitarias; y desde los fumadores adultos hombres, hacia mujeres de mediana edad, que son quienes más incrementan el tabaquismo, y hacia los jóvenes, pues el 20% de entre 15 y 24 años y un 32% de entre 25 y 34 años son fumadores en España.
Más impuestos, prohibición de comercialización, más etiquetas de advertencia sanitaria, más programas de abandono del tabaco, pueden ser buenas medidas para la salud y rentables a medio plazo, pero echo en falta que en vez de emplear tanto impulso y medios en deshabituar al fumador no se emplee mucho más en evitar la entrada en el mundo del humo a los más jóvenes, porque de cada tres fumadores, uno lo dejará, pero otro morirá por alguna enfermedad relacionada con su hábito.
Si su salud importa, merecería la pena que pusiéramos más rosas en sus ceniceros limpios.
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