ADA generación tiene que refundar la empresa", fueron palabras de los hermanos Guinea cuando el pasado jueves subieron al estrado del Loyola Centrum de la Universidad de Deusto a recoger el Premio que la Fundación Antonio Aranzábal les hizo entrega por su labor como familia empresaria. Y es cierto. Las personas y las empresas, como todo organismo vivo, se hacen día a día. En concreto, tal y como hemos venido analizando en la Cátedra de Empresa Familiar de Deusto Business School, la empresa familiar se rehace con cada generación y renace en cada crisis. Bien lo saben las generaciones de familias empresarias que, a lo largo de su historia, han abordado profundas transformaciones posibilitando que el proyecto empresarial perviva en el tiempo y prospere frente a duras crisis.

La empresa familiar que pervive tras un proceso sucesorio no es algo perfecto, ni acabado; solo un proyecto humano y social en evolución orientado al largo plazo -a menudo sin el relumbrón de otras realidades empresariales-. Por ello, aunque la familia y su orientación y principios persistan, el proyecto empresarial ha de ser revisitado y recreado, tanto para poder sostenerse en el tiempo, como para que las nuevas generaciones lo sientan y hagan propio. Ahora bien, esta refundación podría hacernos pensar en Sísifo y su eterno recomenzar; sin embargo, en el caso de las empresas familiares no es así; no parten de cero, sino que se refundan sobre las bases alcanzadas por generaciones precedentes.

Gracias a este ejemplo de camino recorrido, los que optan por persistir, luchando, arriesgando y adaptándose, contribuyen a seguir transmitiendo que, con responsabilidad, compromiso y determinación, las crisis son superables. Si se ha cultivado el amor y compromiso por la empresa; si la prudencia financiera ha prevalecido; si el sucesor cuenta con aliados en la familia y equipo cohesionado en la empresa, las bases serán firmes y, sin duda, a pesar del riesgo inherente a la aventura empresarial, la suerte estará de nuestro lado. Es, en esos momentos de crisis, cuando el milagro se produce, convirtiendo los momentos de vulnerabilidad en grandes oportunidades para revelar quienes somos realmente y de qué somos capaces...

A lo largo de su vida, las nuevas generaciones han convivido con crisis que otros han enfrentado y han tenido la oportunidad de ser testigos, aunque sea desde la barrera, del compromiso vital de quienes han permitido la sostenibilidad en el tiempo de proyectos empresariales ligados al territorio. Los jóvenes, son los protagonistas de nuestro futuro y debemos ocuparnos de ellos. Por ello, fomentar el compromiso de las nuevas generaciones con el desarrollo de una sociedad próspera y justa es fundamental. En ello estamos trabajando, alimentando la resiliencia y valores de nuestros jóvenes.

Pese a que pandemia nos ha cogido a todos por sorpresa, las crisis son una constante y sin duda, invitan a realizar procesos de aprendizaje. Con el compromiso responsable de cada uno de nosotros, estaremos poniendo una piedra más sobre la pirámide que sin duda servirá a su vez de ejemplo a otros. Lo seguro es que habrá nuevas crisis y todas ellas dejan su huella. Cada individuo, cada proyecto, cada organización, cada institución deberá transformarse en cada una de ellas para poder superarla. Para ello, necesitamos abrirnos a otros, valores tan en desuso como la humildad, la entrega, y la amistad son claves. Esto no es nuevo. Ya nos lo enseñó hace 500 años, un soldado herido en Iruñea que volvió derrotado a su Loyola natal para restablecerse de las heridas. Una crisis que dio inicio a una andadura personal germen de la espiritualidad ignaciana y la Compañía de Jesús. Está claro, sin duda alguna, las crisis constituyen una oportunidad única para revelar lo mejor que hay en cada uno de nosotros.

* Cristina Iturrioz y Cristina Aragón pertenecen a Deusto Business School y Fundación Antonio Aranzábal