Israel inocula vacunas a los últimos rezagados de los suyos mientras bombardea de nuevo a los palestinos, bajo el beneplácito de dios-USA todopoderoso y el silencio miedoso/oprobioso de los ricos occidentales. Pagaron más por las vacunas y se las llevaron antes; reconocen con chulesca altanería que asesinan selectivamente a ciudadanos, que requisan alimentos y medicinas a sus aherrojados siervos palestinos € y apenas se escuchan gritos callejeros con una ligera mueca de resignación diplomática. Aprendieron bien de sus antiguos verdugos, de nazis y antes de estos de otros, pero quizá aprendieron tanto que les estén superando. Matan a centenares, la mayoría civiles, niños y mujeres, pero también destruyen infraestructuras y servicios públicos, viviendas€, que anulan las posibilidades de mínimo desarrollo de un pueblo, que habrá de empezar de cero. No hay guerra entre dos bandos, sino una masacre de población civil por un ejército formidable. Y al final de la destrucción dirán que han restablecido la paz en los 365km2 de una cárcel llamada Gaza. Es la nueva normalidad, muy parecida en lo malo a todo lo anterior.
Los sionistas, que no todos los israelíes, están ganándose a pulso el título de piratas corsarios sin parche ni pata de pala, lo que podría ser el germen de su propia guerra civil como país con dos almas. Pero de momento se jactan públicamente y no se esconden al proclamar que "mato a quien quiero, donde quiero porque puedo y cuando quiero porque me lo permite mi amo"; los demás, acongojadas o acojonados, según. Mientras, en Europa aceptamos a este Estado teocrático "cuasiterrorista" como socio preferente. Produce cierto escalofrío temeroso escribir sobre sus fechorías o ganarles un partido de baloncesto, sus represalias selectivas son lapidarias. Asesinan con patente de corso.
Quizá no lancen sus bombas con tanta chulesca fanfarronería ni maten a bomba-pronta, pero los sueldos de directivos y comensales financieros de los consejos de los bancos españoles no son precisamente emolumentos limosneros, sino un atraco con tibias y calavera como estandarte, puro pirateo. Dicen estar regulados, pero cobrar millones anuales de sueldo más incentivos, mientras CaixaBank echa a la calle a 7.800 (17,5%) trabajadores y el BBVA a 3.448 (15%), suena a un abordaje de piratas, con CEOs como corsarios.
Joaquín Beltrán y Alberto Soraluze en el recuerdo. Los restos de Alberto al menos fueron recuperados, pero a Joaquín probablemente nunca lo encuentren. Vuelven a nuestra memoria por razón humanitaria, porque teniendo todos que morir, que nunca sea por pirateo en un servicio público del que alguien sacaba buena tajada, beneficio propio y perjuicio general € y aún sin resolver el enigma. Además, dudo que se haya aprendido la lección y se regulen de manera más eficaz los vertederos, por lo que estos dos trabajadores sepultados podrían ser los protomártires de los residuos que continúan creciendo en volumen y peligrosidad. Quisiera errar en mi pronóstico y que pronto lanzáramos el cohete con nuestros desperdicios a Marte y no a nuestros trabajadores a la sepultura. Pero no, porque los delitos ambientales están como si no estuvieran en el código penal y, por ende, quienes los comenten piratean con patente de corso.
Conforme va reduciéndose la bruma pandémica que desdibujaba y dejaba todo en tono gris pálido homogeneizador, atisbamos la anhelada normalidad, pero quizá en sus detalles más salvajes, cutres y deleznables. Los pequeños detalles del pirata corsario que ya no usa parche ni pata de palo, sino bombarderos, despidos por doquier y delitos ambientales con patente de impunidad.
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