STOY cayendo por el precipicio. En breve, mis huesos, tendones y sangre formarán un revuelto estrellado que hará feliz a las aves carroñeras. Todas protegidas, por supuesto, que este es un reino ecologista gracias a mí.

La palmaré vestida de bruja, con una pinta horrenda, harapos y verrugas incluidas. Una vergüenza para una gloriosa majestad como yo, que tanto ha cuidado siempre su imagen. Los malditos enanos me han perseguido hasta conseguir despeñarme, pero casi les gano la partida.

Bueno, de hecho se la he ganado: Blancanieves se ha quedado tiesa al morder la manzanita que le he ofrecido, convenientemente envenenada con sudor de sapo, y el Príncipe más que darle besos de amor para despertarla va a tener que encontrar un chute triple de adrenalina para espabilar a esa boba.

Encontrar a Blancanieves en su escondite ha tenido su miga. Mi hijastra se ha pasado meses oculta con los siete enanitos. El espejo mágico no quería decirme donde andaba, aseguraba que le fallaba el GPS o algo así. A saber si estaba conchabado con los enanos, la política hace extraños compañeros de cuento. Menos mal que gracias al tonto del príncipe, que los viernes la ha estado visitando en secreto, he logrado enterarme de donde estaba la niña.

Desde el primer día Blanqui y el Príncipe han tenido su rollo. Pero opino que no pegan ni con cola. La una, porque no sabe como son los hombres. El otro, porque no conoce a las mujeres. ¡Pero si son incompatibles como pareja! Blancanieves, siempre cantando y bailando rodeada de pajaritos, conejitos y cervatillos. Y el Príncipe, siempre cazándolos para despellejarlos, hacerse gorros y comerlos como merienda. ¿A donde van a ir esos dos juntos?

Los enanitos, que se las prometían tan felices con la niña y que la escondían para intentar ligar con ella, se han quedado los siete gracias al Príncipe con un palmo de narices. Se lo merecen. Lo raro es que no la quisieran matar ellos primero por darles calabazas.

El cazador, un idiota de tomo y lomo. Le mando traerme el corazón palpitante de Blanqui pero va, se enamora, la deja escapar y me trae un corazón de jabalí, que no se parece en nada. Así que lo he castigado: me ha servido de conejillo de indias. Le he hecho morder una manzana mojada en la mitad de veneno que la de Blanqui. Ahora es un zombi con cagalera, ni muerto ni vivo, solo atontado y descompuesto. Un asco.

Si lo pienso bien, la culpa de todo la tiene el espejo. Para una cosa personal que le pregunto a mi asesor de gobierno, en vez de mentirme con un poquito de tacto (como debe hacerse, opino) me toca las narices. "Espejito espejito, cambiando de tema, dime quién es la más guapa del reino...", y va y me lo suelta así a lo bruto, sin anestesia: "Blancanieves, tu heredera". Además de rival, mi presunta sucesora.

¿Cómo que la más guapa es esa pavisosa que siempre está poniendo morritos? Pero si es de pereza... Yo en cambio, estoy fenomenal... Y eso que ya he cumplido los cincuenta. Bueno, en realidad los sesenta y muchos o setenta, he perdido la cuenta. Pero no se me notan, las reinas gobernantes no tenemos edad. Ni nos retiramos, por cierto, que para quitarnos del medio nos tienen que despeñar los enanos.

Un momento, mientras estoy cayendo por el precipicio acabo de recordar una cosa importante. Como soy bruja además de reina puedo transformarme en dragón. Y los dragones vuelan... Así que me transformo.

Remonto el vuelo y este cuento por fin va a acabar de otra forma. He decidido que me voy a comer asados gracias a mi aliento de fuego a los enanos, al Príncipe y a la Blanqui. Al cazador zombi descompuesto, me da que no. Pero antes de pensar en gastronomía tengo que hacer una visita.

Voy a acercarme a Amazon. Se van a enterar de lo que pasa por vender en su catálogo espejos mágicos sinceros a la persona equivocada. ¿Es que no saben que, sobre ciertos asuntos, un gobernante nunca quiere saber la verdad? Tendré que visitar la tienda de Tezanos, es hora de cambiar de espejito.

* Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999-2019