RAN Bretaña es y siempre será una gran potencia europea (…) tomamos el control de nuestro destino”, señaló un Boris Johnson triunfalista el pasado 24 de diciembre, cuando la UE y el Reino Unido alcanzaron el acuerdo sobre las futuras relaciones tras el Brexit. Lo cierto es que son declaraciones que suenan a aquellos tiempos, muy lejanos, en los que “Bretaña gobernaba las olas”.

El Reino Unido representa apenas el 0,9% de la población mundial. Su peso en la economía mundial no alcanza el 3,3%. Londres ni siquiera figura dentro de las 30 megaciudades del mundo (la mayoría están en Asia). En línea con lo anterior, en 2018, la participación del PIB mundial de los países del G7 disminuyó a poco menos del 30%, mientras que la de los mercados emergentes y las economías en desarrollo alcanzaron el 60%, tendencia que se espera que continúe.

En poco menos de 10 años, solo un Estado europeo figurará dentro de las economías más potentes del mundo, Alemania, que será la séptima. En este sentido, la UE advierte que para 2030, Asia podría superar a América del Norte y Europa combinadas en términos de poder global, dada su mayor tasa de crecimiento económico, mayor población, aumento del gasto militar y creciente inversión tecnológica. China probablemente alcanzará a ser la economía más grande, superando a la de los Estados Unidos unos años antes de 2030.

Como señala la diputada británica Caroline Lucas, tres días después del referéndum, Johnson prometió que las personas aún podrían vivir libremente, trabajar, estudiar y establecerse en la Unión Europea después del Brexit. Nada de eso es cierto.

El Reino Unido ha querido compaginar el discurso populista basado en su pasada gloria con la realidad de un mundo global, donde nuestro continente aspira a seguir siendo un actor relevante. La complejidad de las negociaciones, plasmadas en el Acuerdo de Comercio y Cooperación UE-Reino Unido son prueba de ello. A lo largo de sus 1.246 páginas (por cierto, ¡más largo que Guerra y Paz de Tolstoi!) se ha acordado que el 1 de enero de 2021, el Reino Unido abandonara el mercado único y la unión aduanera y todas las políticas de la UE. Como resultado, perderá todos los derechos y beneficios que tenía como Estado miembro de la UE, y, ya no estará cubierto por los acuerdos internacionales de la UE. Se crea una “zona de libre comercio UE-UK con cero aranceles o contingentes”, pero el Reino Unido ya no se beneficia de la libre circulación de mercancías, lo que dará lugar a más burocracia para las empresas y ajustes en las cadenas de suministro. Además, eso implica que las empresas deberán respetar la normativa y cumplir todos los controles de cumplimiento aplicables, lo que elimina la estabilidad al mercado (por poner un ejemplo, ¿quién puede asegurar que a medio plazo el Reino Unido no suba aranceles o contingentes a la importación de vino europeo, porque quiere favorecer el comercio con Chile?).

En cuanto a la ciudadanía, la situación es catastrófica. A partir del 1 de enero, ha dejado de existir la libertad de circulación de personas. La falta de voluntad del Reino Unido en este sentido exige que el Acuerdo vuelva a incorporar el término visado para toda estancia superior a los 90 días. Incluso, las estancias cortas están sujetas a que Londres no imponga restricciones a nacionales de ningún país de la UE. No habrá reconocimiento automático de cualificaciones profesionales, así, los médicos, enfermeros, dentistas, farmacéuticos, veterinarios, ingenieros o arquitectos deben tener sus cualificaciones reconocidas en cada Estado miembro en el que deseen ejercer.

Respecto a programas europeos, el Reino Unido apenas seguirá participando, previo pago de una cuota, en cinco de ellos, tales como Horizon Europe, ITER o Copérnico. El Acuerdo incluye diversos capítulos sobre energía, clima, transporte, seguridad, servicios financieros, comercio digital, coordinación de la seguridad social y un largo etcétera, que dan muestra de la extremada complejidad del divorcio. Es un escenario donde, como recuerda Michel Barnier, negociador por parte de la UE, todos hemos perdido.

Johnson asegura que la economía británica aumentará un 5% su PIB en los próximos 15 años gracias al Acuerdo de separación… todo esto para acabar prometiendo, sin datos que lo respalden, un 0,3% de crecimiento anual. Ya lo dijo Tolstoi, escribir leyes es fácil, lo complicado es gobernar.

No obstante, también es cierto que el Brexit ha tenido un aspecto positivo, y es el de cohesionar a la UE. La negociación se ha alargado durante más de tres años, y pese a los intentos de la diplomacia británica, la UE se ha presentado como un único y sólido bloque, sin fisuras. Algo así no había ocurrido nunca. Estoy convencido, por ejemplo, de que sin Brexit, no hubiera existido una respuesta a la crisis del covid-19 como el Next Generation EU. En Bruselas se ha consolidado el sentimiento de que la UE necesita que la cuiden, porque fuera, hace mucho frío.

El autor es doctor en Derecho Europeo y director general de Acción Exterior del Gobierno de Navarra