ON una borrasca de nombre "Bella" se despide el año, qué sarcasmo. Como ante cada temporal de lluvia, viento y truenos, cobijo a mi perro dentro de casa. Tiene miedo porque, lógicamente, desconoce lo que ocurre y, como tampoco se lo puedo explicar, lo coloco a mi vera. Lo mismo ocurre con los niños cuando son niños. Pero al contrario que los animales, a los humanos, con la madurez, se les abre la capacidad del conocimiento y la comprensión. "Sapere aude" (atrévete a saber) decía Kant en su ensayo sobre la Ilustración. Pero también es cierto que hay quien no quiere madurar, no quiere progresar ni adaptarse al mundo social y opta por seguir siendo el infante protagonista en el confort del hogar familiar cuan semejanza al hombre del medievo instalado en el miedo provocado por el desconocimiento.

Este nuevo año que estrenamos, gracias a la ciencia, como el siglo de las luces, se presenta con mucha esperanza repartida en dosis inyectables que nos permitirán dejar atrás esta oscura pesadilla. Pero, ojo, dejar atrás no significa olvidar. Este año pandémico que dejamos ha puesto a prueba la madurez de la sociedad. Y el balance es muy negativo.

Con la Ilustración, el conocimiento, el progreso y la fuerza de la razón se abrieron camino dejando poco a poco atrás un pasado negro dominado por el miedo y las tinieblas. Pero esa fuerza de la razón puesta al servicio del avance y la libertad, que tanto bienestar trajo, también se utilizó, cómo no, somos sapiens, para establecer nuevas formas de dominación. Así, ya en nuestros días, disfrazado de buenas intenciones, un racionalismo más sofisticado se introdujo de lleno en el campo de la comunicación política. Pero llego la pandemia y sus métodos sutiles de atracción populista se pusieron al descubierto dejando en evidencia un grado de mediocridad nunca conocido: un final de mandato de un mal educado Donald Trump tras unas elecciones de esperpento, dejando una pésima gestión de la epidemia, sin mascarilla, claro, porque eso es cosa de cobardes y la gran América es sólo para valientes. Igualmente, Boris Johnson comenzaba la crisis dando la espalda a la comunidad científica, y, sin rectificar su error, eso es solo para sabios, mantenía su estrategia hasta enfermar él mismo y, también con la misma banalidad que trataba de manejar el conato de la pandemia, ha sacado al Reino Unido de la Unión Europea poniendo a su país al borde del precipicio. Les siguen otros malos imitadores, como Bolsonaro, en esa estrategia basada en el engaño diseñado por el ideólogo de la mentira vestida de verdad, Steve Bannon. Pero no vayamos tan lejos; en este año 2020 que dejamos atrás se ha llevado a cabo un cribado de la sociedad general, también en lo más cercano, dejando al descubierto la verdadera esencia del ser humano. Y aunque tengamos tentaciones de arrojar al vertedero de la historia lo que ha pasado, no debemos olvidar nada. ¿Por qué? para hacer pedagogía, para generar aprendizaje, para no repetir. La comunidad científica está alertando de que esto no ha sido más que un ensayo, de que vendrán más pandemias y, el comportamiento cavernícola de los que retrocedieron trescientos años en el tiempo de la historia no se puede repetir. No podemos volver a vivir la confrontación política so estrategia de comunicación a golpe de movimientos de piezas de ajedrez en aras de un mayor protagonismo egoísta mientras las cifras de enfermos y muertos daban pánico. No se puede volver a ver gente gritando libertad quejándose por la incomodidad de llevar mascarilla mientras nuestros mayores -sí, aquellos a los que al inicio de la epidemia ayudábamos aludiendo que les debíamos todo lo que somos- estaban encerrados meses sin ver a sus familiares en habitaciones en las que habían visto morir a muchos de sus compañeros, algunos incluso compartieron dormitorio durante muchas horas con un cadáver.

No se puede volver a leer las mentiras, bulos, fakes, que con muy mala fe se han compartido en redes sociales dando la espalda a toda la comunidad científica, a los sanitarios y trabajadores esenciales a quienes aplaudíamos al principio y que en medio del pánico a infectarse y contagiar a los suyos han estado al frente, trabajando con las mayores limitaciones e incomodidades. Eso no son condiciones laborales, ni son formas de estar enfermo, ni mucho menos son formas de morir. ¿Qué clase de sociedad es la que permite toda esa infamia?

Que el año que inauguramos sea como el siglo de las luces y deje atrás las tinieblas del medievo, el egoísmo, la insolidaridad, la mentira, la ingratitud. Pero, ojo, dejar atrás no es olvidar. La tragedia que hemos vivido dará paso a una memoria marcada por el trauma que, si en vez de gestionar optamos por olvidar, se volverá a repetir. ¿Perdonar? (según la RAE perdonar es exceptuar a alguien de lo que comúnmente se hace con todos, o eximirlo de la obligación que tiene). Ustedes verán, pero les advierto que la normalidad que traerá la vacuna dará paso a la batalla del relato de lo ocurrido y, en esa nueva realidad, todo volverá a ser igual, los mismos se colocarán en el mismo lugar. Porque el peor de los males que acecha esta nueva era en la que la mentira y la falacia se pone a su servicio es el egocentrismo: si lo que haga me exalta y me da protagonismo en forma de titulares, qué más da que sea mentira.

Quizás no sea un sarcasmo lo de nominar "Bella" a la borrasca con la que acaba el año (la RAE dice de "bella": que, por la perfección de sus formas, complace a la vista o al oído y, por extensión, al espíritu).

* Periodista y Doctor en Comunicación Social