O sé si recordará la paciente lectora o lector esa comedia cinematográfica que fue Aterriza como puedas, en la que se parodiaban los filmes de moda sobre catástrofes aéreas. Nada más tomar los pasajeros asiento, la tripulación decide -a modo de relax- proyectar un documental nada idóneo: Las peores catástrofes aéreas de la historia. Supongo que la reacción de los asombrados viajeros se pareció a la sensación que tuvo el que esto escribe al autoimponerse dos relecturas al comienzo del confinamiento: La Peste, de Albert Camus, y Ensayo sobre la Ceguera, del lúcido Saramago. Relataba el Nobel portugués una premonitoria ficción en la que describía la rápida difusión y contagio de una extraña enfermedad: la ceguera blanca; una metáfora en la que denunciaba la pérdida de moral producida en situaciones límite, o, como leemos en alguna reseña: "la rápida desintegración del orden social mientras el gobierno intentaba mantenerlo a través de medidas cada vez más represivas e ineptas". Las secuencias y situaciones descritas y el negro panorama actual no pueden ser más paralelos. Hasta el estilo de las órdenes, decretos y medidas que nos asaltan minuto a minuto parecen ir de la mano. En un momento de la narración en el que los personajes muestran el pánico por el contagio, escribe Saramago: "En aquel mismo instante se oyó una voz fuerte y seca, de alguien, por el tono, habituado a dar órdenes. La palabra atención fue pronunciada tres veces, luego empezó la voz. El Gobierno lamenta haberse visto obligado a ejercer enérgicamente lo que considera que es su deber (€) y desearía contar con el civismo y la colaboración, pesando que el aislamiento representa por encima de todo un acto de solidaridad para el resto de la nación".

Pero muchas cosas han cambiado desde aquel lejano 14 de marzo en que una especie de euforia caritativa colectiva y altruista -no sé cómo llamarlo- nos contagió a todos, con el trasfondo de los aplausos cada tarde, las colas kilométricas y silenciosas frente a supermercados que parecían igualarnos a todos y cierto estoicismo respetuoso. Fue este inicial escenario el que me hizo recordar la obra de Saramago y pensar que si aún viviera, junto a Ensayo sobre la Lucidez tal vez cerrara esa especie de trilogía con un posible Ensayo sobre la Humildad. Pero pasado un tiempo prudencial podemos hacer balance, no ya de la evolución de la pandemia -para la que sobran especialistas- sino de la brutal transformación de la naturaleza humana, para la que aún nos faltan. De creer el aforismo "la cara es el espejo del alma", hemos perdido estos meses la mitad del alma -mascarilla en ristre- y nos hemos convertido en "hombres en tiempos de oscuridad", como le gustaba decir a Hanna Arendt. De la solidaridad hemos pasado a la desconfianza, del establecimiento de medidas racionales a la aceptación de normas y órdenes de dudosos criterios; y de las miradas pacientes al recelo mutuo que nos ha transformado en lo que tal vez seamos: potenciales apestados. Y aquí La Peste de Camus. El trasfondo de una epidemia de cólera que diezmó la población de Orán casi un siglo antes de escribirla sirve a Camus para la ficción, que no es más que una excusa -como algún comentarista anota- para mostrar el sentido de la existencia, que oscila entre el apoyo mutuo y la libertad individual, y la indiferencia y la autoridad (que es donde tal vez nos encontremos).

Declaraba la primeriza princesa de Asturias en la reciente entrega de los premios: "En momentos como éstos, cuando somos responsables y solidarios, nos confirmamos o nos garantizamos un mundo mejor". El problema es que se ha quedado en simple premisa, no en conclusión. Porque no son un mal menor los irresponsables botellones, las reuniones desaconsejadas, los negacionismos o las trifulcas callejeras. Pero sí son un mal mayor las imprudencias y ausencias de ejemplo de nuestros gobernantes al utilizar la crisis sanitaria como el comienzo de un combate. Imprudencias cuyo origen bien podría ser el discurso triunfalista e ingenuo del pasado julio: "Hemos vencido al covi". Una falta de ejemplaridad con algunos botones de muestra: el circo innecesario dado en llamar moción de censura y la imagen bochornosa con asombroso poco eco de la recepción papal con nuestraclase política sin mascarilla y codo con codo.

Esta situación de rifirrafe ha desembocado en una especie dedistopía con controles sofocantes y una línea borrosa y difusa entre ideologías y modelos políticos. La tesis es del intelectual búlgaro Ivan Krastev, de su recomendable obra Ya es mañana: "Si bien la pandemia del coronavirus ha intensificado la competición propagandística entre sistemas democráticos y autoritarios -escribe-, su gestión global ha difuminado las fronteras entre los distintos sistemas".

Voy a serles sincero: mioptimismo antropológico se ha convertido en pesimismo, mi ensayo sobre la humildad se está convirtiendo enensayo sobre la idiotez, y mi final citado no iba a ser este, pero ahora prefiero acercarme a Ferlosio: "Vendrán más años malos y nos harán más ciegos; vendrán más años ciegos y nos harán más malos".

* Profesor de Filosofía