EGURAMENTE hayamos leído más de Taiwán durante estas últimas semanas que en toda nuestra anterior vida. Esa isla, situada a unos 130 kilómetros de China, tenía muchas papeletas para convertirse en el segundo mayor foco de la pandemia. Un total de un millón de taiwaneses trabajaban en China. Muchos de ellos, en Wuhan, epicentro de la pandemia. Pero una combinación de un excelente sistema sanitario, su capacidad de anticipación y el uso de grandes volúmenes de datos (Big Data), evitaron muchos problemas.

Taiwán ya sufrió mucho durante la epidemia del SARS en 2002-2003. Aprendió que es importante aislar en cuarentena a todos los visitantes entrantes, sean éstos turistas o nacionales (el virus no entiende de pasaportes). Aprendió que el seguimiento es trascendental. Los datos los dispuso para que fueran interoperables en diferentes niveles sanitarios. Y habilitó un sistema de rastreo a la ciudadanía. Durante la epidemia del covid-19, las operadoras de telefonía de Taiwán han colaborado compartiendo la posición a través de la señal que emiten los propios dispositivos móviles. Una medida, arbitrada mientras haya pandemia, que permitía conocer prácticamente en tiempo real los casos de contacto cercanos a un infectado. Y aplicar las medidas de aislamiento, seguimiento y prevención consecuentemente.

En Europa, el caso de Taiwán -como el de otros países asiáticos- lo hemos simplificado diciendo que esos gobiernos "espían a los ciudadanos". Un punto que ha vuelto a salir a escena con Radar Covid, la aplicación oficial del Gobierno de España orientada a controlar los contagios mediante un sistema de registro y rastreo. Una app que implementa el famoso acuerdo entre Apple y Google para que sus terminales hablaran el mismo lenguaje -donde también nos preocupamos por la privacidad más que por lo que nos iba a aportar-. En Radar Covid, a través del bluetooth, se detecta pasivamente la cercanía entre terminales -que no personas-. Cuando un ciudadano es detectado con covid-19, recibe un código numérico de las autoridades sanitarias, que se debe introducir en la app. No hay nombres por medio, ni datos de geolocalización. Por lo tanto, parece que el efecto Taiwán (discúlpenme la metonimia) no se produce.

El funcionamiento es sencillo, como se puede ver. Como toda aplicación donde cada usuario debe declarar el dato (es decir, no se observa ni obtiene el dato midiendo), lógicamente necesitamos que lo use mucha gente para representar a la sociedad. Por lo tanto, es fundamental que corra la voz, y toda la sociedad lo use confiando en su validez.

Sin embargo, no sé si la historia empieza bien cuando publicamos una aplicación así de crítica para nuestro futuro social y sanitario a mediados de agosto. Un mes que sabemos no es especialmente bueno en estas latitudes y longitudes del mundo. Y, en segundo lugar, porque traslada mucha responsabilidad a las comunidades autónomas (que es donde están las competencias del ámbito sanitario). El código de notificación y la recepción en atención primaria, evidentemente, es una pieza crítica de este puzzle.

Sin embargo, en esta historia hay un problema estructural importante. Las comunidades autónomas todavía no lo tienen integrado. Con la aplicación ya publicada en las tiendas de aplicaciones (Android e iOS), las comunidades comenzaron a preguntar por el protocolo para la integración. Es decir, unos días después de que la sociedad española hubiera empezado a descargarla, todavía no se tiene el sistema de rastreo integrado para hacerlo funcional sanitariamente hablando.

¿Qué deberíamos haber aprendido del caso de Taiwán? Que esto no va de tecnología o de sistemas de espionaje masivos. Esto va de organización y protocolos. Es probable que las comunidades que más prisa se den puedan tenerlo en unos días. Pero ya sabemos que al cabo de catorce días, el valor de los datos es prácticamente nulo. Tu contagio lo podrías haber extendido mucho. Por lo tanto, si estás ahora mismo usándola, debo decirte que dudo pueda ser útil ese dato que estás generando.

Como decía en el título: necesitamos menos tecnología y más coordinación. Esto, sin olvidar la confianza en la ciudadanía. Que no sé si sabrá todos estos detalles no tecnológicos.

* Vicerrector de Relaciones Internacionales y Transformación Digital de la Universidad de Deusto