UROPA, lo sabemos todos, desgraciadamente, no está pasando por un buen momento. Atraviesa una policrisis o, más bien, una crisis existencial: una crisis política de identidad y de integración, una crisis económica, una crisis social y una crisis sobre su papel en este mundo global. Lo grave de este declive relativo de Europa respecto a otras potencias globales de cara a las próximas décadas es que ya es estructural. Y el declive puede convertirse en irreversible si no se actúa con celeridad y determinación.

El Brexit está situando a la Unión Europea en una auténtica encrucijada existencial por el efecto imitación que puede tener. A lo que habría que añadir unos Estados Unidos que nos consideran como uno de sus muchos enemigos”, desentendiéndose de los lazos aliados que nos ha unido durante décadas, una Rusia que no pierde ocasión para provocar división entre los europeos y una China que, con su sigilosa estrategia y su modelo, busca sin cesar mayor influencia en nuestro suelo continental, lo que ha llevado a Europa a considerarla como país socio, pero también como un “rival sistémico”.

Con todo, es necesario valorar que, frente a la crisis del covid-19, la UE está reaccionando bastante bien, al margen de algunos titubeos iniciales y teniendo en cuenta, igualmente, sus limitadas competencias por culpa de la cicatería de los Estados miembros.

En el plano monetario y financiero, es muy destacable la actuación del Banco Central Europeo (BCE) con su programa de compras de emergencia de deuda soberana en el mercado secundario al objeto de sostener las primas de riesgo, a pesar de la sentencia del Tribunal Constitucional alemán de Karlsruhe. Lo mismo cabe decir del paquete de medidas de liquidez a corto plazo, por valor de 540.000 millones de euros, dirigido a los trabajadores mediante el Programa Sure, a las empresas a través del BEI y a los gastos sanitarios directos e indirectos gracias a la puesta en marcha de la parte del MEDE no condicional.

La semana pasada la Comisión Europea propuso, por añadidura, un Fondo de Reconstrucción de 750.000 millones de euros, así como otras medidas presupuestarias del Marco Financiero Plurianual que, en este caso, se elevan a 1,1 billones de euros. La suma de todas estas medidas y otras no citadas alcanza una movilización total de 2,4 billones de euros. Algo inédito, histórico y muy destacable, también por la filosofía de algunas de estas medidas.

Los programas para implementar toda esta cantidad de dinero son muy variados. Cada uno de ellos dispone de su cuantía, modalidad, objetivo y destinatario. Sin embargo, resulta imperativo que toda esa financiación debe necesariamente llegar a las empresas de manera directa o indirecta. Porque las empresas son, sin desdeñar el sector público, las que generan empleo y riqueza social y son las que determinan el modelo de crecimiento económico y social de un determinado territorio en función de su sector, intensidad tecnológica, músculo financiero, calidad del empleo e internacionalización.

Y cuando hablo de empresas me refiero a empresas de todo tamaño, personalidad jurídica y de todos los sectores. Pero, especialmente, a las empresas del sector industrial, donde hay que incluir a todas aquellas empresas relacionadas con los servicios de alto valor añadido orientadas al sector manufacturero. Porque, como sabemos, nosotros en Euskadi creemos firmemente en la industria; entre otras muchas cosas por su capacidad tractora económica y social. Y es que en esta crisis se volverá a demostrar que los territorios que antes y mejor salgan serán los que dispongan de una base industrial fuerte.

El ecosistema institucional, con gobierno, diputaciones y ayuntamientos, y empresarial y tecnológico de Euskadi ha estado siempre alineado con los objetivos económicos europeos. Los ejemplos son muchos. Uno de ellos se sitúa en 1993, cuando la Comisión Europea nos requirió una aportación para la elaboración del Libro Blanco impulsado por el entonces presidente de la Comisión, Jacques Delors, titulado Crecimiento, Competitividad y Empleo. Y así lo hicimos, aunque lamentablemente Euskadi no apareció como contribuyente en las referencias bibliográficas del Plan porque no éramos un Estado. Eran tiempos de enorme crisis en Euskadi cuando, de la mano del vicelehendakari Jon Azua, establecimos nuestra Estrategia Propia de Competitividad País. Se basó en las cinco fuerzas del profesor Michael Porter, que colaboró estrechamente con el Gobierno vasco, y su teoría sobre las ventajas competitivas de las naciones. Convirtió a Euskadi en la primera experiencia sobre el terreno de dicha teoría, luego replicada en otros muchos territorios del mundo. De ahí el enorme interés de la Comisión Europea. Se trató de clusterizar y glokalizar la economía y la industria vasca, atendiendo al mismo tiempo a la equidad y a la justicia social. La tarea consistía en desarrollar una estrategia de Competitividad en Solidaridad, como suele insistir con acierto el vicelehendakari.

Otro ejemplo. Ahora mismo, el actual gobierno está implementando la estrategia europea de especialización inteligente RIS3 de Euskadi concentrando, como pide la Comisión Europea, los recursos humanos y financieros de I+D+i en áreas globalmente competitivas. En nuestro caso, en la Fabricación Avanzada (automatización, robotización, internet de las cosas), la Energía, las Biociencias de la Salud, el Hábitat Urbano y los sectores agroalimentario y cultural y creativo. Igualmente, son ya 20 años desde que nació la Agenda Digital de Euskadi y hoy día también el gobierno está desarrollando una estrategia en el ámbito de la Inteligencia Artificial y de un Desarrollo Sostenible. Queda mucho por hacer, pero esta es una nueva e incesante transformación económica de Euskadi dirigida a convertirnos en una Economía Digital, Verde y Social, en línea con los objetivos europeos.

La financiación comunitaria en esta crisis no va a tener una condicionalidad al estilo de la que existe en el ámbito de un rescate financiero. Sin embargo, sí va a haber una rigurosa supervisión con carácter decisorio respecto al correcto y adecuado empleo de la financiación, que será monitorizado muy de cerca por parte de la Comisión Europea y, también, de los Estados miembros, incluidos aquellos más reticentes a la naturaleza y alcance de estos programas. Las negociaciones serán largas y complejas aún y la implementación de todos los programas europeos será muy exigente. Euskadi y su ecosistema institucional, empresarial y tecnológico estará dispuesta, como siempre, a corresponsabilizarse respecto a estos programas europeos para el bien de todos. Y esperemos que la Comisión Europea y el Gobierno español abran cauces adecuados para la cogobernanza de los mismos en todas sus fases. Que así sea.* Senador de EAJ-PNV