lO que sucede estos días en el barrio de Salamanca está siendo objeto de chistes y memes. Voy a reconocer que se presta. Algunas de las imágenes y vídeos que nos llegan dan una impresión chusca y en ocasiones producen un poco de vergüenza ajena. Pero el asunto debería mover más a la preocupación que a la risa.

La kermés un tanto penosa que se celebra estos días por aquellos lares habla de una España que no ha muerto. Una España que Machado conoció y que requeriría de otro Machado para describirla con justicia. Una España, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María y de alma muy quieta, que dijo el poeta.

Escucho a una señora disfrazada de goyesca diciendo, con una insinceridad que solo su tono exaltado y sobreactuado puede sostener, que "España se está viniendo abajo". Esta mujer olvida o quizá ignora que Goya murió en Burdeos no precisamente haciendo turismo, sino exiliado por la misma España cerril que ella representa, que ora y bosteza y embiste, cuando se digna usar la cabeza.

Escucho a otra que reclama su "derecho a no creerse nada" y recita en un solo minutos tres o cuatro locuras conspiranoicas absolutamente contrafactuales y de una ausencia de lógica palmaria que ella, en el ejercicio soberano de su derecho, decide creer. Pero no, no se trata de su derecho a creer o no creer. De lo que se trata aquí es del derecho de todos -y del deber cívicos de todos- de informarse con rigor, de procurarse la mejor información disponible y de actuar consecuentemente con responsabilidad individual y colectiva. Eso es la libertad. Lo que ella defiende no es exactamente derecho a no creer. Tiene otro nombre. Se llama miedo a la complejidad y tiene dos primos hermanos: el miedo a la libertad y su gemelo el miedo a la responsabilidad.

Frente a la complejidad de la situación cuya comprensión completa se nos escapa, preferimos lanzarnos a la tentación salvífica y tranquilizadora de la simplicidad. Todo es un engaño del gobierno. El gobierno quiere quitarnos la libertad, quiere empobrecernos, nos discrimina, no se preocupa por nosotros, nos mata. Solo un poder fuerte y sobre todo simplificador podrá darnos paz. Es la añoranza de la sencillez de la política entendida como pan y trabajo, como Dios y patria, como 40 años de paz. Es el populismo de derechas que aún nos va a hacer sufrir mucho, me temo, los próximos años.

Esta señora se despide informándonos de que es profesora y considerando que si hasta el día 11 de marzo no se contagió no entiende porqué se va a contagiar ahora si se reabren las escuelas. Pienso de pronto que esta cacerolada tendría más decibelios si en lugar de contra metales los cucharones impactaran contra la fantástica caja de resonancia de su cráneo vacío.

Volteo mi mirada de Madrid a Euskadi y compruebo que vuelven los cajeros quemados y las pintadas amenazadoras por parte de nuestros enemigos de la libertad. Pienso que poco deberían reírse al verse en ese espejo del Callejón del Gato, en otros colores patrios y otras modas en el vestir, pero con la misma o peor naturaleza trabucaire y mezquina. Ni por unos ni por otros deberíamos dejarnos llevar a ese mañana vacío y por ventura pasajero. Me quedo con Machado y con Goya para resistir con luz frente a la oscuridad que nos ofrecen los fantasmas de cada tribu.