eL origen exótico de la enfermedad del coronavirus juega a favor de los bulos. Allí queda la China, misteriosa, ignota, por mucho que la infección se haya extendido de manera mucho menos alarmante de lo que repican los medios de comunicación y los foros de la redes sociales que, estos sí, estos, han causado alarma a la Organización Mundial de la Salud, porque son radicalmente perjudiciales para la nuestra.

De miedo es la epidemia, de miedo inducido, calentado, bien alimentado, que vacía supermercados, farmacias y consultas médicas y alborota seseras en busca de remedios delirantes como la orina de niño y otros. Los curanderos, al quite, ya se publicitan con vacunas asombrosas y conjuros? y hacen caja. Novelesca su propagación. Primero fue que los chinos comían culebras, luego pangolines, luego los murciélagos, luego vete a saber el qué: los americanos y la guerra biológica, la industria farmacéutica en busca de saquear lo que quede, las transnacionales ídem? Sea lo uno o lo otro, el personal anda asustado y mirándose con recelo y haciendo gasto.

Menos mal que los tiempos de la peste quedan lejos porque de una columna infame no nos librábamos: alguien tiene que pagar el pato. A la china del barrio la han disfrazado de apestada, no por malasombra, que lo es, sino por china. Debería ir a la bodeguita del mercado a enterarme de la marcha de los acontecimientos, porque la de los viejillos con el chato en la mano es información segura, pero me da flojera. Peligrosa la enfermedad, sin duda, pero ni más ni menos que otras. Las estadísticas cantan, pero entre las leyendas fantásticas y las estadísticas, estas pierden por goleada. Así somos, sin remedio ni misericordia.

De la fantasía a la vergüenza, sin ella más bien, el violento Ortega Smith no se ha presentado al acto de conciliación al que fue convocado, por haber afirmado que Las Trece Rosas, asesinadas en 1939, se dedicaban a torturar, violar y asesinar en las checas de Madrid, algo que ni la propia sentencia del juicio farsa que padecieron recoge. A sus herederos y a quienes emprendieron acciones legales no les va a quedar más remedio que interponer una querella criminal por odio, injurias graves con publicidad y calumnias.

Esa querella, dado que Ortega es aforado, se sustanciará en el Tribunal Supremo, mal lugar ese para alegrías que perjudiquen siquiera de lejos a la derecha, a la extrema derecha y al franquismo de nuevo cuño. Por muy injuriosas que sean las afirmaciones de Ortega Smith, dudo mucho que ningún juez del actual Tribunal Supremo aprecie en ellas mala fe y ánimo injurioso, sino genuina libertad de expresión, esa que hemos ido viendo funciona más para unos (siempre los mismos) que para otros, y más libre interpretación de la historia, aunque esto signifique falsificarla de manera estruendosa. Me gustaría mucho equivocarme y tener que rectificar.

Y de la historia, al teatro... de marionetas: como en un cuento sin gracia, regresa al guiñol de los cucos el acordeonista a darnos la murga con el nacionalismo malo y el bueno, como el colesterol, y ETA como fondo ineludible para caldear el ambiente. ¿También este no tiene más "trikitixa vizcaina subida de tono que cantar" (Isabel San Sebastián dixit)? Iturgaiz sale de las sentinas y ocupa el escenario con un discurso revenido que arremolina patriotas de ca(s)pa y espada. ¿Dónde estaba el nuevo donfigura? En el panteón del pasado, sin duda, junto con otros gigantones del susto nacional, aunque seguro que leyendo no. El acordeonista no tiene aspecto de ser muy leído, porque para lo que ha sido nombrado esa cualidad no hace ninguna falta, como bien demuestran a diario muchos de sus correligionarios. Lo suyo es el acordeón y el discurso político hecho cencerro. Lo que cuenta ahora es prestar atención a una belicosa coalición de derechas que proponen y hacerles frente de manera eficaz, con contundencia democrática, asunto este que respetan de manera relativa: cuando pierden las elecciones siempre es por pucherazo y, en consecuencia, el gobierno que de esas urnas sale es ilegítimo, usurpador y lo que se les ocurra. Esas son sus reglas del juego. Lo demás, cencerrada y poco fuelle.* Escritor