HACE semanas que en Chile la rebelión social copa las calles. Los medios oficiales desprestigian a sus protagonistas hablando de extranjeros, de narcos, de delincuentes comunes? lo de siempre, es lo más socorrido. Los documentos gráficos contradicen las versiones oficiales de los sucesos, luctuosos, y las de la prensa lacayuna filogubernamental (pandemia mundial) que funciona como órgano de los ministerios de propaganda, allí, aquí y en todas partes.

El escritor chileno Jorge Muzam escribía hace unos días que la gente que lleva semanas en la calle "Fieros y autónomos, la mayoría son muchachos escolares y universitarios, jóvenes obreros, trabajadores con empleos precarios, numerosos desempleados, hijos y nietos de padres y abuelos que sobreviven con pensiones de hambre, abundantes mujeres con el coraje y la dignidad de ir al choque y mantener la llama de la libertad bien viva". La gente que sobra y no cuenta para nada, los prescindibles, o esa otra que vive con el agua al cuello y tiene pensiones de jubilación, cuando las tiene, poco dignas, una asistencia sanitaria y social más que precaria, cuyos hijos y nietos son los que salen a la calle y tienen como grito de guerra el "Hasta que la dignidad se haga costumbre". Los cauces eran un timo, una forma de sometimiento. La calle demuestra que se puede dar vuelta a lo que parece una cadena perpetua.

A la calle que ya es hora? escribía el poeta Gabriel Celaya hace mucho. Sí, a la calle se echan aquellos a los que les sobran motivos, pero no en todas partes. Salen en Francia contra el plan gubernamental de pensiones y el mundo sindical organiza una poderosa huelga general aquí impensable, porque aquí hasta un exlíder de CC.OO. se fotografía, patriótico y feliz, con gentuza de extrema derecha, y porque aquí lo de la solidaridad y la acción unida de los de abajo está por ver.

Y salen en Chile, contra todo, por una hartadumbre social y generalizada que la clase social más afortunada ignora, pero aquí no sale nadie porque tenemos otros cauces, ¿no es cierto?, para hacer que la banca devuelva lo robado (apropiado) y para encarcelar a los cómplices de ese saqueo? Aquí se atiza el alarmarse por el saqueo de un supermercado lejano y a la vez guardar escrupuloso silencio frente al del fondo de pensiones o el robo sistemático que padece la ciudadanía por parte de las eléctricas. Como mucho un indignado y tierno chingelbel navideño por los miles de personas que duermen en la calle y que hacen de la Constitución, donde, entre otros muchos, se contempla el derecho a una vivienda digna, papel para hacer confites y serpentinas de fin de año.

¡A la calle!, que ya es hora/ de pasearnos a cuerpo/ y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo... ¿Seguro? Una cosa son los versos y las canciones, y otra el enfrentarse a la ley Mordaza, los infiltrados (que en Chile llaman sapos porque lo son), las multas, los palos, los procesos en falso, basados en un falso testimonio sistemático? ¿Se han fijado en lo de los terroristas catalanes a los que sacan a la calle por la gatera? Aquellos tremebundos y calumniosos titulares de hace unos meses eran patraña, y se sabía.

En Chile la calle del poeta cuesta ojos de la cara, muchos, cuesta que te chirríen con sosa cáustica o componentes licuados de gas pimienta, que te desaparezcan, te torturen o te peguen un tiro? La calle. No, aquí tenemos otros cauces, aquí dialogamos, acordamos? ¿no es cierto, insisto? Aquí fabricamos relojes de cuco, aquí nos enardecemos contra la estelada catalana y sacamos pecho rojigualdo mientras nos aligeran los bolsillos o nos multan por todo y por nada, y aprendemos a mirar para otra parte cuando abusan del vecino o lo desahucian, aquí las revueltas, las rebeliones y los rebeldes no gozan de predicamento y se ven con malos ojos; aquí se lleva el claudicar y decir amén a todo, el ser gente de orden, y dejar que los que saben, los que saben, no nosotros, que no sabemos nada, dispongan, pacten, legislen y no siempre ocasionalmente se repartan el botín. Aquí la calle no es nuestra..