LA joven Greta Thunberg puede caer mejor o peor, pero eso no es culpa suya. Ni siquiera que genere admiración o grima. Menos aún se la puede culpar a ella de haberse convertido a sus 16 añitos en una presunta líder mundial de una causa como la lucha contra el cambio climático. En todo caso, la responsabilidad de lo que está ocurriendo con la niña sueca es nuestra. Greta debe dejar de ser la nueva profeta que anuncia el apocalipsis. Hay que salvarla, declararla especie protegida. Salvarla de sí misma, de todo lo que la rodea. Salvarla de ese clima irrespirable y tóxico.