CON la crisis de la investidura aparece uno de los problemas clásicos de la acción política. Unos ciudadanos se plantean como objetivo establecer, desde el poder, el interés general en su territorio. Pero para lograr esos objetivos tienen que organizarse en un partido que como tal obtenga el poder, lo ocupe y lo ejerza. El problema aparece cuando las tareas, desvelos y exigencias para estar, mantenerse y asentarse en el poder, en las instituciones constituidas para reproducir una determinada forma de ejercer el poder, impiden en la practica ejecutar esa estrategia dirigida al interés general que entre otras cosas exige una transformación de esas mismas instituciones.

El problema es real. El dilema entre medios -poder- y fines -interés general- tiende a resolverse en favor de los medios. El instrumento del poder acaba comiéndose a los fines. Pero no es un proceso inevitable que siempre acaba con el triunfo del poder realmente existente frente a la supuesta utopía del interés general. No tiene porque ser así y en muchas ocasiones no ha sido así.

Lo del interés general puede sonar algo abstracto, pero no es ninguna fantasía el describir una estrategia política que busque establecer, mas exactamente extender, el interés general. Será aquella que acabe con todos los límites, excepciones, privilegios, arbitrariedades y condiciones de vida precarias y marginales que establecen y alimentan la desigualdad. Aquella que hace posible que todos, dadas sus condiciones de vida, puedan ejercer realmente la libertad y que todos puedan ejercer todas las libertades. Que transforma a las instituciones políticas para hacerlas más controladas, más transparentes, más participadas directa o indirectamente por los ciudadanos, para convertirlas en unas instituciones relacionadas y comprometidas con todos; mas democráticas

El interés general definido desde la plenitud puede ser una abstracción, pero no lo son las políticas expresamente dirigidas a lograr que los intereses de todos sean reconocidos por igual. A lo largo de la historia -también en nuestro país en los últimos tiempos- se han dado momentos en que se han puesto en marcha esas políticas, incluidas transformaciones de las propias instituciones ocupadas por el grupo político que promueve los cambios hacia el interés general antes descrito. No siempre, pues, se da esa opción en favor del instrumento y en demérito del fin. Ni, por supuesto, tiene por qué darse.

Es cierto que en la reciente no-investidura las exigencias tanto de ocupar mas poder como las de no compartirlo han impedido la posibilidad de construir conjuntamente esa estrategia de extensión del interés general antes descrita. La lucha por ejercer ese poder -de ser poder a toda costa- ha absorbido la voluntad de dedicarse a programar el logro de ese interés general. Pero no era algo inevitable. Si ambos partidos políticos se hubiesen dedicado a negociar con tiempo qué es lo que había que hacer para poner en marcha ese proceso de generalización de los intereses ciudadanos, hubiese parecido más sencillo lograr acuerdos sobre quién tenía que realizar esa ya definida función.

Que así ocurra. Aunque parece que el PSOE está buscando también otros apoyos en la derecha . Conviene recordar qué es lo que piensa la derecha sobre el PSOE. En lo últimos actos parlamentarios, el PP ha dicho que lo socialistas están situados ¡nada menos¡ que en el lado equivocado de la Historia (con mayúsculas). Se hace difícil pensar que el PP pueda tolerar un gobierno que pretenda emular a infernales y catastróficos líderes y grupos políticos de la historia. Mas tremenda descalificación es la de Ciudadanos al considerar al líder socialista como el jefe de una banda solo interesada en repartirse poder y en generar, a través de la provocación, un dramático enfrentamiento social. No parece posible que los dirigentes de C’s -conocidos además por su compromiso con la armonía en la convivencia política- toleren el gobierno de una, por lo que dicen, cuadrilla de malhechores.

Pero imaginemos que el PSOE, para lograr el apoyo de la derecha, manifiesta que no va llevar a cabo un programa orientado a la búsqueda del interés general. De entrada, resuelve drásticamente el conflicto entre fines y medios. Como no se plantea alcanzar el interés general, no existe el riesgo de liquidarlo con la opción de entregar toda su voluntad política al poder, a su ocupación y ejercicio. Aquí el medio no absorbe al fin. El medio, el poder, es -desde el origen- el fin.

Además pudiera ser que la derecha tolerase su investidura con ese programa desinteresado. Al fin y al cabo, como la derecha está en contra de esos procesos de extensión de la igualdad, libertad y democracia que se supone conforman el interés general, tendrían que estar contentos con que el gobierno se limitase, en lo fundamental, a dejar las cosas como están. La misma desigualdad, las mismas libertades selectivas donde hay libertad para imponerse y marginar económicamente al otro y donde las condiciones de precariedad impiden a muchos poder elegir libremente, los mismos vaciados democráticos que ya son norma, etc. Deberían apoyarles, pero también podría ser -es lo mas seguro- que creyesen que solo ellos son capaces de gestionar y mantener una estrategia política anti-interés general como la descrita. Es la suya. La que les define. Además, no confían en que al PSOE no le dé un viento comunista-separatista y empiece a poner marcha lo del interés general.

No van a escuchar a los socialistas. Afortunadamente para los que creen -creemos- que todavía es posible un gobierno de izquierdas; que es posible hacer un programa compartido con un detallado conjunto de medidas dirigido a empujar al máximo el logro del interés general. Que así sea.