POR fin llega la fiesta, eso que tanto nos gusta, ese acontecimiento que llevamos tanto tiempo esperando, con una marcha atrás que nunca tiene fin. Ahora bien, ¿qué es la fiesta? ¿Cómo se puede definir? Es algo complicado, ya que existen muchos tipos de fiestas. Se puede comenzar por un pequeño oxímoron: para unos, la Fiesta por excelencia consiste en una corrida de toros. Para otros, es una tortura que debe ser erradicada. Sea de una u otra forma, es muy complicado encontrar una palabra que tenga un carácter tan positivo para unos, tan negativo para otros.

Las elecciones son la “fiesta de la democracia”. ¿Seguro? Existen autores que piensan en que su valor es ridículo. La razón: las características de un buen candidato no encajan con las de un buen gobernante. Para un candidato es rentable realizar falsas promesas, soltar diatribas descomunales contra los adversarios o falsear la realidad. El ejemplo más obvio viene dado por las pensiones. Todos los políticos, sin excepción, saben que no son sostenibles a medio plazo (más bien a corto plazo: ha habido problemas con la paga extra correspondiente a este verano). Pero si aparece alguien diciendo eso y promete una bajada inmediata para que así las próximas generaciones tengan unas prestaciones mayores va a perder muchos votos. Es la realidad. Por desgracia, esta lógica no es aplicable a un buen gobernante. Es evidente que lo razonable sería decir siempre la verdad, pero no es así. Es más, algunos políticos llegan a comentar, con parte de razón, aquello de que “la gente desea ser engañada, tener esperanzas en un futuro mejor, aunque conozcan la dificultad de lograr ese objetivo”.

¿Existe alguna solución para evitar ese desajuste del mercado de la política? La pregunta es pertinente, ya que eso no es algo que ocurra en otros mercados. En el caso del trabajo, por ejemplo, los procesos de selección o las señales que mandan los candidatos (como tener un grado finalizado) son un predictor que permite obtener cierta fiabilidad acerca de su futuro desempeño profesional. Una opción que nos puede ayudar a arreglar este problema es tener organismos independientes que sirvan para evaluar monetariamente una promesa, o que estimen el número de mentiras de una persona que ocupa un puesto de responsabilidad.

Será conveniente pasar a otras fiestas, ya que vivimos una realidad en el que la política está sobredimensionada. ¿Cómo evolucionamos? A partir de la ciencia y los empresarios visionarios. ¿Cómo influimos más en el mundo? Con nuestras compras, inversiones y uso del tiempo lo hacemos más que con nuestro voto.

La fiesta se asocia a diversión y alegría. Ahora bien, se puede llevar de diferentes formas. Si hemos realizado actividades que nos permitan “ganarnos” unos días de relax o estamos con un mínimo nivel de felicidad asociado a nuestra vida, es más fácil que nos riamos y lo pasemos mejor. En caso contrario, tarde o temprano saldrá nuestro desasosiego interior. Según el carácter de cada uno, puede salir de una u otra forma: ser más irascible en el caso de tener un desencuentro con una persona, coger alguien por banda y contarle nuestras penas o soltar algún que otro vómito para limpiar la calle. Por esa razón, es conveniente hacer una pequeña prospección interior antes de comenzar la fiesta. Si estamos contentos con nuestra vida, enhorabuena. En caso contrario, se trata de plantear un plan futuro y buscar algún tipo de argumentación interna que nos permita obtener la paz interior necesaria imprescindible para fluir a lo largo de los días festivos. Parece una tontería, pero no lo es. Son estrategias que nos permiten disfrutar más de cada momento, sea de fiesta o no. De hecho, si en algo están de acuerdo todos los estudiosos de la felicidad es que la manera de ser dichosos es fluir, vivir el presente estando totalmente concentrados en lo que estamos haciendo. Para preocuparnos, el tiempo justo. Además, existen dos consuelos. Uno, solo se cumplen el 10% de las preocupaciones. Dos, cuando se da el suceso que temíamos, tendemos a adaptarnos a la realidad con una velocidad muy superior a la prevista.

Una de mis fiestas preferidas es la fiesta del conocimiento. En los centros educativos se les llama “exámenes”, pero no es lo adecuado. ¿Cuándo se hace el trabajo? Precisamente, antes de la prueba que sirve para evaluar lo que hemos aprendido. En consecuencia, ¿hay placer mayor que demostrar nuestra sabiduría? Sí, uno. Es plantearse la vida como una fiesta.

Lo admito, es exagerado. Existen muchas desgracias y espinas que nos van a tocar (estadísticamente, tenemos un problema grave cada dos años de vida). Pero entre estar aquí y no estar, la elección es fácil.

Existen otras posibilidades. Ante la alegría, disfrutar. Ante la tristeza, asimilar y reconstruir. Por último, a veces existen sucesos que son para reír o llorar.

En ese caso, ¿qué se debe elegir? Está claro: la fiesta.