Abuen seguro pasará desapercibida para la inmensa mayoría de vascos la conmemoración de un hecho que, si bien tuvo poca trascendencia inmediata, tuvo -y tiene- mucha importancia política. Se trata del Pacto Federal de Eibar, firmado en dicha localidad el 23 de junio de 1869 -el domingo se cumplen 150 años- entre representantes de los territorios de Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Nafarroa. Este pacto, junto con los firmados en Tortosa (entre las provincias de la antigua corona de Aragón), Córdoba (entre las provincias de Andalucía, Extremadura y Murcia), Valladolid (entre las provincias castellanas) y A Coruña (entre las provincias gallegas y Asturias), representaban fielmente el pensamiento federalista de Francisco Pi i Margall.

Pi, además de catalán, era buen conocedor de Euskadi puesto que pasó varios meses estudiando los fueros y las costumbres vascas en la época del Bienio Progresista en la zona de Bergara, de donde era oriunda su esposa, Petra Arsuaga Goikoetxea. El estudio del foralismo vasco a buen seguro le influiría para formular su idea de federación, que dejaría plasmada en el libro Las Nacionalidades, publicado en 1877.

Pi y Margall desarrolló el ideal federativo en torno a dos conceptos que iban unidos: el Pacto y la Federación. Este modelo de estado debía de ser construido de abajo hacia arriba, es decir, partiendo de los municipios y pasando por las regiones históricas hasta el poder central, el cual nacía del contrato entre las diversas provincias y tenía por éste limitadas sus atribuciones y facultades. Según Pi, la base de cualquier régimen federal descansaba en pactos sinalagmáticos, acuerdos logrados entre todas las partes firmantes. En definitiva, Pi i Margall elaboró una de las ideas de organización de España más acabada, en la que se compatibilizaban las características propias de cada territorio con la existencia de un poder central, una teoría de conformación del Estado español que tendía a armonizar la unidad con la variedad.

Cabe preguntarnos si, en estos tiempos en los que se están abriendo debates sobre el modelo de Estado o sobre la redefinición de las relaciones entre las autonomías con el gobierno central, no sería indicado volver la mirada al pasado para encontrar teorías de organización del Estado ya formuladas, pero no puestas en práctica, como la del propio Pi i Margall.

* Investigador Cátedra DD.HH. y Poderes Públicos UPV/EHU