LOS dichos populares tienen sabiduría que permanece a lo largo del tiempo. Un ejemplo: “Si le preguntas a una dama si desea bailar y contesta no, es no sé; si contesta no sé, es sí; si contesta sí, no es una verdadera dama”.

Son convenciones humanas que olvidamos a menudo. El caso más popular, y más aún en tiempos electorales, es aquel en el que al líder de un partido nadie se atreve a decirle lo que no quiere oír. Y más aún si se está jugando un puesto.

Cuando se conocen los resultados electorales todo tiene sentido. Si se obtienen los parlamentarios esperados, todo ha ido bien. Si se obtienen menos, “la campaña ha sido un fracaso y no ha sabido leer las necesidades del electorado”. Si se obtienen más, “la campaña ha sido un éxito rotundo, hemos sabido comprender lo que pedía el pueblo”.

Por ir a un caso sencillo, recordemos el resultado de Vox en las pasadas elecciones generales. Nadie discute que estuvo por debajo de las previsiones. Por supuesto, no puede existir una única razón para ello, pero valoremos un punto de vista simplista. Se puede argumentar que ello fue debido a una campaña de perfil bajo con poca comunicación. Si hubiese pasado al revés, se diría lo contrario: superó las expectativas gracias a su inteligente campaña de perfil bajo.

En todo caso, lo indudable es que cuesta criticar de forma directa. Socialmente, no nos gusta escuchar cosas desagradables. Lógico y normal. Sin embargo, si la crítica es constructiva, a medio y largo plazo siempre va a ser positiva para nosotros. Es como hacer un esfuerzo hoy (en forma de deporte o de privación de cualquier tentación) para estar mejor mañana.

En estructuras como las grandes empresas, partidos políticos o instituciones públicas cuesta todavía más dar y recibir críticas. Es un problema social. Pensamos en puestos, no en personas ocupando puestos. Además, ese pensamiento es común, con lo cual se lleva a una jerarquía que en lugar de ser social pasa a ser humana: “Como soy general y tú eres soldado yo soy más que tú”. A nivel de orden social, por supuesto. A nivel humano, nunca.

No solo pasa en este tipo de estructuras. También ocurre en nuestra vida cotidiana. Si comenzamos ilusionados una relación de pareja, una carrera universitaria o un desempeño profesional, pocos son los que nos van a decir “ten cuidado que esa persona no te encaja, esos estudios no te van o en ese trabajo te vas a quemar”. ¿Por qué ocurre eso?

Es un concepto que en Economía de la Conducta se llama Dilema de Cordelia. Basado en la obra El Rey Lear, de William Shakespeare, en la que Cordelia le comenta al rey que no tiene un comportamiento adecuado. Este se lo toma a mal y reniega de ella. Así pues, ¿le mereció la pena la crítica? Claro que no. No obstante, ella piensa que debía hacerla. ¿Por qué? El enfoque es muy sencillo. Se trata de hacer lo que pensamos que debemos hacer disociando el resultado final de la decisión inicial.

Por razones parecidas pocas veces un futbolista que debuta en un equipo de fútbol de alto nivel es criticado. Nos parece duro dar palos a un principiante. Pero de nuevo debemos disociar: criticamos el desempeño de una persona concreta como futbolista, no a la persona misma. Las alabanzas se pueden exagerar con niños que comienzan nuevos retos en aras a que su autoestima vaya creciendo, pero a otros niveles no son buenas. Acabamos pensando que somos mejores de lo que somos, y cuando no alcanzamos los objetivos previstos nos quedamos más tristes y frustrados. ¿Qué hacer? No se trata tan solo de pedir a los demás que sean ecuánimes con nosotros. También debemos vernos como si fuésemos personas distintas para valorar ser más críticos con nuestros actos, ya que tendemos a justificarlos siempre.

En un caso extremo se puede alcanzar el Efecto Dunning Kruger. Las personas con menos formación y conocimientos sobreestiman sus cualidades y eso nos lleva a una doble incompetencia. Está claro: la ignorancia engendra más confianza que la sabiduría. Desde luego, eso puede llegar a pasar de nuevo en grandes estructuras, comenzando por la que más nos influye: el gobierno.

Un parlamento con muchos partidos conduce inexorablemente a pactos. Eso nos lleva a negociaciones en las que se debe ceder, proponer y disponer. Por desgracia, corremos el riesgo de que dichas negociaciones terminen siendo un cambio de cromos.; perdón, de puestos. Solo el tiempo lo dirá.

Mi petición para los nuevos gobernantes es que escuchen lo que no les dicen. Especialmente, lo que no quieren oír.