RECUERDO que no hace tanto visitar un museo era un asunto de minorías. Hoy es el día en que las pinacotecas han florecido tras el fenómeno de la globalización del arte como una industria exitosa que está provocando ampliaciones y la apertura de sucursales de los grandes museos a la búsqueda de nuevos espacios que den salida a sus colecciones. Lo más llamativo, por excesivo, es el caso de China -como casi siempre- que, al intuir esta nueva forma de consumo de masas, decidió construir cientos de museos como si de centros hosteleros se tratase.

Desde el Siglo de las Luces, el museo fue entendido como la institución que ordenaba y clasificaba sus propios fondos. Poco a poco, su objetivo se amplió para que las obras estuvieran al alcance de todos, lo cual llevó con naturalidad al desempeño de una función educativa y, más recientemente, a asumir un papel social mediante los mensajes que expresaban muchos artistas con sus obras. Recientemente es cuando la oferta se centra en el visitante para que todo gire a su alrededor, incluida la obra de arte. El visitante de masas es lo estelar, el que populariza el arte de los museos y permite ofrecer visitas más atractivas utilizando el marketing y la relación entre el objeto del arte y el sujeto que la contempla. La interacción se impone en nuestro tiempo.

Al convertirse en un fenómeno de masas, los museos se han transformado también en un centro de consumismo. Ahora, el arte se contempla o disfruta menos de lo que se devora. Ese visitante consumista ha convertido las exposiciones artísticas en algo de consumo inmediato, de usar y tirar. Sin embargo, los usuarios tenemos la posibilidad como nunca de un diálogo entre las piezas expuestas y el espectador que quiere entender y disfrutar lo que se expone. Quienes entran en un museo lo hacen con diferentes intereses y motivaciones; pero tienen en común que casi todos se llevan algo, alguna experiencia o conocimiento, alguna historia?

Se proclama la recuperación de los museos como espacios vivos y activos, a la vez que se viven como espacios ajenos a la espiritualidad que atesora la cultura expuesta. Es cierto que la oferta puede satisfacer igualmente al turismo de masas y al espectador que se acerca a un museo como amante de arte. En este sentido, es muy de agradecer que el público actual puede educarse en la percepción placentera de cada obra con información pedagógica disponible desde la comodidad multimedia aplicada a todo tipo de públicos, y con diferentes soportes y accesos on line que permiten variar constantemente la oferta del museo. Sin olvidarnos que las exposiciones temporales han revitalizado los museos por las posibilidades que ofrecen para ambos consumos in situ, el de mirar a toda prisa sin ver nada y el de quienes disfrutan de lo lindo con retrospectivas monográficas o con los estudios comparativos entre obras de distinta época o temática (Kirmen Uribe nos ofreció una excelente muestra hace bien poco en Bilbao).

Pero los números mandan y lo que prima es dar rienda suelta a la excitación de ver unas obras bajo el prisma de ser la única vez que podremos disfrutarlas, vendiendo una expectación que ayuda a banalizar el arte cuando el museo se convierte en una actividad social más. Se vende la exposición como tal más que una experiencia artística. No es delito, simplemente echo en falta una mejor pedagogía pública del sano consumo artístico que abra y eduque las sensibilidades que llevamos dentro prestas al disfrute; arte que nos haga preguntas frente a la imagen de industria para decorar las paredes.

La pregunta es si la tendencia consumista, que ha salpicado también a muchos artistas, eclipsará las posibilidades espirituales que atesora la cultura de museo. Cuando Andy Warhol dijo que “comprar es mucho más americano que pensar, y yo soy más americano que nadie”, solo expresaba en alta voz un sentimiento extendido que nos hace preguntarnos si encontramos arte en el propio Warhol, o si él y otros como él estarían vendiendo su persona más que expresar una manifestación artística. No faltan quienes le defienden porque cuestionó a la sociedad de consumo interpelando al espectador: “Lo importante es lo que cada uno de vosotros piensa”. Pues sí, esta frase de Warhol atesora mucho arte. Debería extrapolarse a otros ámbitos para apuntalar criterios propios.