Alo largo de una legislatura, los mapas políticos, así como la gobernabilidad, suelen ir, a menudo, emborronándose y entrando en zonas sombrías. Eso ocurrió, de forma subrayada, en la pasada legislatura española, la duodécima. Nadie era capaz, al final de la misma, de saber, con mínima garantía, ni ante qué mapa electoral estábamos ni cómo se podía seguir gobernando.

Es objetivo y vocación de las noches electorales el de arrojar nuevamente luz sobre ambos extremos. No siempre lo logran. Al menos, no plenamente. Todavía menos a gusto y beneficio de todos.

La noche del 28-A cumplió irregularmente, a su manera, con ambos objetivos. Para empezar, arrojó luz sobre un mapa electoral que, a priori, se presentaba tan revuelto como confuso.

De forma que nos han quedado claros, cuando menos, los siguientes extremos: los mapas político-electorales de Euskadi y Catalunya se reclaman, una vez más, cualitativamente diferentes de su correspondiente español. Se reclaman, además, en el seguramente peor de los escenarios de confrontación electoral para ellos: unas generales. Que tome nota, de una vez, ojalá que para siempre, la política española. Allá ella si lo hace en los términos que pretende imponer Ciudadanos: haciéndolos desaparecer del escenario electoral. Peor para ellos, y para todos.

Dentro del escenario singular vasco, los resultados del PNV y EH Bildu son buenos. Excelentes para el PNV, en cualquiera de las hipótesis. Buenos para EH Bildu, dadas las expectativas con las que partía.

Otra cosa es qué valor y juego tendrán estos resultados en la política española de los próximos años. Andoni Ortuzar se mostró prudente y realista al respecto. “Estamos abiertos al diálogo”, afirmó. Otegi se mostró fantasioso. Tras apropiarse del fracaso de las derechas, del hundimiento del PP, del éxito de ERC e incluso de JxCat, se auguró a sí mismo la mayor de las influencias y éxitos en esa España de la que, en otras ocasiones, dice que no hay nada que hacer, porque ni siquiera es democratizable. EH Bildu debiera pensar en enviar al propio Otegi al Congreso para que reciba unas cuantas duchas frías de realismo político.

Por lo que se refiere al mapa político estatal, la noche deparó sorpresas pero no los sobresaltos que algunos esperaban y muchos temíamos. Vox se vio obligado a reconvertir su espíritu de reconquista en espíritu resistencia (y veremos). A Rivera la noche le deparó nuevas dosis de autocomplacencia y autosatisfacción, cuando va ya sobrado por naturaleza. Un día lo lamentará. El líder de Pablo Iglesias (Podemos), a pesar de tener unos resultados preocupantes a la baja, se empeñó en dar de sí mismo una imagen, más bien pretenciosa, del apóstol muñidor de gobiernos y acuerdos, siendo así que su actuación política desde que llegó al Congreso de los Diputados muestra una realidad muy distinta. El sobresalto cayó, entero, del lado de Casado y del PP. La crisis está cantada. Cruda y dura. Si hubiera dimitido la noche misma, muchos le habríamos entendido. Aunque reconozco que haya razones para retrasar dicha dimisión.

La noche nos aclaró, entre otros, estos extremos.

Por el contrario, apenas aportó clarificación alguna sobre el otro aspecto sobre el que también se supone que debe aportar: la gobernabilidad. Seguimos en ese tema en zona sombría, si no en plena noche oscura. La enorme tardanza en la aparición, durante cinco horas, de los líderes políticos de los partidos para hacer sus valoraciones tiene ahí su única explicación posible. Pasaban las horas pero nadie era capaz de ver, con claridad suficiente, cómo se articula la gobernabilidad para la décimotercera legislatura. La aparición y discurso de quien debe ser muñidor real de tales acuerdos, Pedro Sánchez, resultó etérea y un tanto patética en medio del griterío (“No con Rivera”) de los socialistas congregados en la sede de Ferraz. De forma que nos acostamos, ya de madrugada, sin que asomara amanecer alguno, por ningún costado, en la gobernabilidad. Seguimos en zona de sombra. Y tiene visos de tratarse de una sombra alargada. Al menos en el tiempo. Yo, por si acaso, no excluiría que incluso acabara en otra noche electoral cerrada.

Cualquier día descubriremos que, entre tanto, los problemas se nos pudren. Ya nos lo advirtió Pedro Agerre, Axular, allá por 1643, en Gero: “Emaiten da aditzera zenbat kalte egiten duen, luzamendutan ibiltzeak, egitekoen geroko uzteak”.