SI preguntas, nadie recuerda cuándo comenzó y cómo prosigue, aunque el día siguiente de la fecha elegida para acudir a las urnas sea el nuevo momento para empezar, no importa lo que diga el mandato legal: todo es campaña. Lo inquebrantable de las citas electorales no son los principios, sino la capacidad para cambiar, adaptarse y emitir ruido diciendo aquello que los electores quieren escuchar. Por qué votan los ciudadanos y a quién es el enigma a despejar; el número de indecisos de las encuestas están diciendo que el ruido y el exceso de información no garantiza la participación ni clarifica las opciones ciudadanas, como si las personas tuviesen una capacidad limitada para asumir la información que se ofrece, a todas luces penetrante y agobiante.
Por supuesto, la campaña es más que todo esto. El día 28 de abril, ¿qué se vota? Elegimos partidos, programas, se señalan líderes, se juega con emociones, se opta entre formas distintas de ver y planear el presente, diseñar el futuro y decir cómo se quiere que sea este. Hasta el momento, los programas matizan cuestiones que diferencian a unos de otros. El bloque de derechas construye la propuesta basada en la recuperación de valores y programas tradicionales, redescubren el liberalismo económico de doctrinarios admirados sin asumir las consecuencias del programa liberal que dicen encarnar. El liberalismo a la española, sobre todo en campaña electoral, conduce a tener que decir que deben bajar impuestos -mantra tradicional que siempre que gobiernan incumplen-, revisar las pensiones, atender el crecimiento del gasto público -aunque paradójicamente se desata con estos gobiernos-, revisar las inversiones en sanidad, ocuparse de las libertades civiles no para someterlas a cedazos incompatibles con la democracia sino para reducir sus prestaciones, volver a rehacer el sistema educativo -en recuerdo quizá del infumable programa del exministro Wert-, rescatar tradiciones hispanas como los toros o la caza, reordenar, una vez más, el Estado autonómico para recuperar el sentido de España... Volvemos a debatir sobre lo que se debate desde hace cuarenta años, se insiste en cumplir con la Constitución como si fuese un documento muerto y no la opción viva que permite acceder a la sociedad abierta y a la suma de derechos, deberes y obligaciones. Lo que ocurre es que la explosión catalana sirve para reeditar el renacimiento del nacionalismo español. Ahora, paradójicamente, los defensores a ultranza de la bandera española han descubierto -o eso creen- la capacidad de movilización que tienen el himno, las banderas y las normas de vida asociadas a la España tradicional. Cuarenta años de democracia formal y de usos de la Constitución no ha sido un tiempo suficiente para rebobinar el nacionalismo español excluyente ni para descubrir fórmulas políticas que pudiesen abordar las diferencias nacionales.
La pregunta que surge cuando escucho estos y otros argumentos es: ¿Qué hemos aprendido de los cuarenta años de registro constitucional y del despliegue de la democracia formal? Tengo la impresión de que estamos frente a debates que ya ocurrieron, que nunca se cierran cuando de lo que hay que preocuparse es de la inserción en el mundo y de clarificar el sentido del futuro y los caminos para construirlo. Me llama la atención, por ejemplo, lo poco que se insiste en las singularidades de la demografía, auténtico problema estructural del que todos hablan y al que nadie parece haberle dedicado el tiempo, el talento y la inteligencia que necesita para enfrentarse a la era posdemográfica que tenemos encima. Lo mismo puede decirse de la posición ante la tecnología; el I+D+I español está bastante abandonado con pocas ideas y escasas aportaciones financieras pese a contar con buenos recursos humanos. La inserción en la sociedad del conocimiento, la creación de buenos empleos, la industria potente y pujante, la participación en la industria 4.0, la fabricación avanzada o los nuevos nichos de productividad y competitividad pasan por invertir más, pero hay que aclarar cómo, dónde, para qué y con qué objetivos. Lo mismo pasa con las empresas, con la construcción del sistema institucional eficiente, eficaz, con la modernización de los servicios públicos y la formación de capital humano.
No se sabe demasiado bien cómo abordar el relevo generacional, qué pueden esperar las nuevas generaciones de sus mayores, si les facilitan o no los recursos para prosperar, cómo hacerse con empleo estable, salarios decentes o una posición institucional. Si el futuro está por ver, la discusión es sobre si para las nuevas generaciones también será posible o deberán buscarlo en otros lugares.
Las “industrias que piensan” no son -no aún, al menos- la respuesta estructural que se busca. La robotización, la automatización y las tecnologías polivalentes son el problema para muchos porque los empleos tradicionales de la sociedad industrial clásica desaparecen y los que crea la industria 4.0 son muy cualificados, menos numerosos y más personas se ven involucrados en empleos temporales con salarios bajos y expectativas laborales muy limitadas. Se olvida, y la campaña electoral no está ayudando a recordarlo, que el talento es una opción y los poderes públicos se desviven con él, pero otra cosa es el éxito de esa política. Hay otro problema clave y, seguramente, de más contundencia social: los cientos de miles de empleos temporales con salarios bajos que inundan la geografía española y que ponen en tela de juicio no solo el relevo generacional sino los itinerarios de vida de miles y miles de personas ¿Qué se les ofrece en campaña? ¿Cómo hacer viable la relación del futuro con el presente si no se atiende el conjunto de necesidades estructurales? Parece olvidarse que venimos de sociedades encumbradas y legitimadas desde ideas fuertes de bienestar y calidad de vida donde la movilidad social ascendente juega el papel clave, pero el débil crecimiento económico y el endeble desarrollo social, los mecanismos de redistribución de la riqueza debilitados por la crisis económica y el éxito del programa liberal, con algunas libertades civiles puestas en tela de juicio si el sistema institucional hace agua con demasiada frecuencia, hacen que esa movilidad social ascendente esté penalizada por falta de innovación, creatividad e iniciativa y que el acceso de los individuos a la estructura laboral sea más difícil. El punto de llegada es obvio: las elecciones no son solo el espacio de confrontación sino también el requerimiento de soluciones para tener un futuro. Cobijarse en anécdotas o transformar las cuestiones menores en el hit parade de las cosas dichas, sería hacer un flaco favor a los sentidos de la política que quiere establecer la oferta de unos y otros.
La pregunta es, en consecuencia, decir y decir sí, pero ¿sobre qué? ¿Sobre el ruido que esboza lo que puede escucharse detrás de los sonidos o sobre argumentos sólidamente construidos? No se confundan, hay diferencias, muchas entre unos y otros, no todos son iguales ni prometen lo mismo. Hay que preguntarse sobre qué pasa con las pensiones, el empleo, la demografía, la industria, la investigación, las libertades civiles, la movilidad social, la educación, el gasto y la gestión en sanidad, la organización del Estado, el respeto a las diferencias y a los diferentes... A poco que se escuchen las respuestas se percibe que no todos dicen lo mismo. Cuando se ocultan las respuestas, lo que se esconde es su ausencia; el oscurantismo y la falta de transparencia se entiende mal desde la democracia y con el concepto fuerte y luminoso de la sociedad abierta.
Esto es lo que está en juego: hay que decidir si se quiere vivir en sociedades abiertas, tolerantes, que redistribuyen la riqueza y aplican las reglas de oro del futuro o se opta por escenarios dispuestos a revisar salarios, pensiones, sin ideas sobre cómo promover empleos de calidad, con carencias en el desarrollo de libertades civiles y sin espacio para respirar, pero ofreciendo verdades tradicionales, respuestas sin interés, argumentos sin sustento empírico y sin conocer cómo puede aspirarse a tener un futuro por más que se empachen desayunando con el regreso a los valores patrios.