EL que siembra miseria recoge cólera”, es el texto de una pancarta exhibida en una de las manifestaciones, “actos” los llaman, de los chalecos amarillos franceses encontrada al azar.

Las manifestaciones de los chalecos amarillos (Gilets jaunes, GJ) es algo con lo que habitantes y visitantes tienen que contar desde hace meses en sus visitas a París: calles cortadas, dificultades de tráfico, estaciones de metro cerradas?; pero no solo la capital francesa, porque la marea se ha expandido. Se quejan los taxistas y lo hacen los que viven del turismo porque ya no pueden saquear con comodidad al viajero los comercios y comederos y bebederos de lujo... La gente de orden pide más mano dura y sus medios de comunicación se dedican a desprestigiar esa marea aduciendo que solo está formada por gente que gana bien pero tiene ganas de jarana.

Me preguntarán qué son los GJ. No lo sé bien, por mucho que lea. A veces me da por pensar que es más lo que quiere que sean los que escriben que lo que son. ¿Una sublevación de gente que está muy harta de padecer un sistema político-económico, como dicen unos? ¿O una reunión de vándalos, marginales e indeseables cuyo objetivo es el enfrentamiento y los destrozos, como dicen otros? Si recurres a los filósofos que han metido cuchara en este espeso potaje reivindicativo para dictaminar lo que es y lo que no, tampoco vas a ir muy lejos: nuevas tácticas de golpe de estado y asalto al poder, o humo condenado a disolverse en el aire enrarecido de la época. Sí parece cierto que es un movimiento espontáneo de víctimas del sistema que utiliza con fluidez las redes sociales, antijerárquico, asambleario, no estructurado en torno a unas reclamaciones concretas y de mucha toma callejera, pacífica y violenta porque de las dos hay, como si hubiera dos clases de chalecos amarillos, y que ahora mismo están infiltrados por la Policía para provocar altercados que requieran represión (como en todas partes). Las cifras de participantes en esos actos tampoco son masivas: a las cifras de las convocatorias de los últimos actos me remito, porque ninguna pasaba de 5.000 “inscritos”, los espontáneos al margen.

Sus reivindicaciones cambian, son acumulativas de un acto a otro: pensiones de jubilación (ninguna por debajo de los 1.200 euros), impuestos más equitativos, medidas contra la pobreza energética, acabar con los sin techo cada vez más presentes con sus petates y cartones en lugares donde pueda guarecerse, vivienda, pérdida del poder adquisitivo? nada extraordinario por muy grave que sea y sí muy extendido donde la economía neoliberal ha causado estragos.

Lo que empezó de una manera pacífica, pero espectacular, se ha convertido en una ocupación a fecha fija de los Campos Eliseos (zona especialmente prohibida) que termina en batallas campales con la Policía, y el resultado: detenidos (varios miles), heridos, fallecidos, gases, abusos policiales, multas? y vandalismo, cierto. Eso justifica que en uno de los últimos actos el gobierno movilizó más policías (unos 5.200) que manifestantes, sin resultado apreciable.

¡Que han arrasado Fauchon! Y la gente de orden se echa las manos a la cabeza porque es como si hubiesen arrasado un lugar de culto religioso. Y es que el legendario establecimiento Fauchon es un auténtico templo de la gula y del rellenar la panza por lo fino, y eso no se toca, hasta ahí podríamos llegar.

¿Por qué no hay chalecos amarillos en España?, me han preguntado. Pues porque no solamente la represión está instituida sin remedio, gracias a la ley Mordaza, de la que ya no se habla, y de un articulado del Código Penal, sino porque en situaciones de violencia como las que se han venido viviendo en París (van ya por la 20ª jornada de manifestación y combate), aquí habrían metido bala con impunidad total y, sobre todo,porque el español es pacífico y en estos últimos diez años ha demostrado aguantar lo que no está escrito, tanto que me extraña que no haya sido el inventor del reloj de cuco.* Escritor