El Departamento de Tráfico, con su proverbial eficacia, ha multado a un conductor argumentando una hipotética infracción, lo que ha obligado al infractor a un pesado trámite para demostrar que los términos de la denuncia responden a la imaginación del perspicaz agente denunciante. En un comunicado, la Oficina de Tráfico responde a las alegaciones presentadas por el infractor con ese lenguaje lacónico, sin matices propio de estos organismos que cuidan nuestra seguridad con tanta atención, que “la notificación no le corresponde”. Continúa: “Lamentamos las molestias ocasionadas”. Fin de la cita. El agente no debe ser consciente del efecto que produce a un ciudadano normal la recepción de un certificado con la denuncia en la que cita que la infracción se produjo en un lugar en el que el infractor nunca había estado. Además, atribuye la propiedad del vehículo denunciado en función de una matrícula parecida a la real. A partir de ese momento el denunciado debe realizar la reconstrucción de sus vivencias: tendrá que demostrar su inocencia, no se le supone. El infractor erróneamente denunciado se siente ninguneado porque Tráfico se limite a reconocer su error y que lo lamenta. Es de suponer que los responsables hayan abierto un expediente que trate de explicar el cúmulo de errores en la denuncia del agente que con pruebas sin constatar decide sancionar a un inocente que debe demostrar que lo es. Como dijo Cánovas: “Cuando la fuerza crea Estado, la fuerza es el derecho”.