En la Plaza de Colón, atracaron tres derechas carabelas. En cada una un comandante, estandarte y soldados de distintas chaquetas, pero mismo sastre. Y las tropas glorificaban a sus capitanes enarbolando “verdades irrebatibles” en carteles cosecha del 36. Y los gritones gritaron, y los mediáticos actuaron, y los sofistas arengaron, y los ofensores ofendieron. Y al presidente legal de un país democrático le bautizaron como: “El mayor felón de la Historia democrática de España”, “presidente ilegítimo”, “irresponsable, incapaz, desleal, mentiroso compulsivo” y un largo etcétera de dislates vomitivos, innobles y obscenos (algunos adjetivos deberían pagar impuestos). La fiesta fue tan efímera como la sonrisa de un conejo, pero los cálculos de los matemáticos van desde 45.000 ¡presentes! hasta 250.000. Y hasta hubo quien presagió un masivo ataque de okupas por tantas casas vacías. Lo de las patadas, codazos y miradas furibundas para salir en la foto-show fue la guinda de un pastelito que no llegó a tarta. Y mientras tanto, un generalísimo durmiente busca piso por desahucio. Y mientras tanto, se profanan las tumbas de Ibarruri, Pablo Iglesias y Trece Rosas asesinadas. Decía Napoleón que no había que distraer al enemigo cuando esté cometiendo un error. Lo han cometido y lo repetirán, dado que su odio genético a la evolución es irrefrenable. ¿Serán sus propios verdugos??
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