La derecha española se manifestó el domingo para exigir la convocatoria de unas elecciones que, cree, la devolverán al poder. Casado, Rivera y Abascal, los tres tenores bajo la batuta de Aznar, arremetieron contra Pedro Sánchez, contra los nacionalistas, contra los rojos... contra todos aquellos que se conjuraron en una moción de censura que dejó al PP en la oposición. Siempre es más fácil digerir una derrota cuando se focalizan las culpas en un enemigo exterior, porque mirarse en el espejo y descubrir que uno mismo es el mayor responsable de su suerte, de su mala suerte, es demasiado doloroso y requiere de un propósito de enmienda para el que no todo el mundo está moral e intelectualmente capacitado. El peor enemigo del primus inter pares de la derecha, el PP, no es Pedro Sánchez, no son los nacionalistas catalanes o vascos, ni los partidos de izquierda en sus diferentes graduaciones; Mariano Rajoy, ayer, y Pablo Casado, hoy, tienen el demonio dentro. Y mientras no sean capaces de someterse a un exorcismo que les saque la bestia que los ocupa, no harán sino echar espumarajos por la boca, girar la cabeza 360 grados y lanzar gritos guturales que solo ellos entienden. Casado, la niña del exorcista de esta película, debería ser llevado por algún alma caritativa de su partido a una manifestación bendita, sí, también con autobuses, bocadillos y banderitas gratis, pero para gritar con la megafonía a tope: ¡Basta de corrupción! Porque ese, y no otro, es el demonio que los llevó al infierno.