Siempre conviene ser vigilantes con los niños. Ni demasiado, que les cause sofoco innecesario o sensación de omnipresencia parental -Orwell lo explicaría mejor-, ni tan suavizado que puedan morder el anzuelo de las malas compañías. Una prudente e higiénica distancia de seguridad, en principio bastaría. ¿Y qué entendemos los adultos por malas compañías en relación con nuestros pequeños? Complejo, esto es lioso y nada soluciona cerrar la puerta con cuatro vueltas de cerradura, ya que el enemigo no necesita aporrearla. Se encuentra dentro bajo la forma de televisión o equivalente. Las últimas deplorables e indignantes imágenes proyectadas desde el Parlamento -supuestamente cuna de la soberanía popular-, más se parecían a la clásica pelotera de taberna entre borrachines gritones y deslenguados. Suelen ser pocos y siempre los mismos, pero sus bufidos reventarían cualquier sonómetro. Rufianes, Torras, Hernandos, Teodoros, palmeros de unos y otros, acusaciones de golpistas, fascistas, chorizos, corruptos, traidores? El bochorno que no cesa; el mal ejemplo, tampoco; la autocrítica, menos, y los dineros afanados aquí y allá, se resisten a volver ni siquiera en Navidad. Entretanto, para no ver la viga en el ojo ajeno, nos rasgamos las vestiduras porque un grupo de jóvenes se reúnen y cantan en torno a un botellón?