Me duele la cabeza. El mundo sería distinto si alguien no hubiera inventado en su día esta excusa que sirve tanto para eludir un compromiso social latoso como para controlar la tasa de natalidad. Si a uno le duele la cabeza, no está para nada. Es lo que le pasó ayer a Cristina Cifuentes, que excusó su asistencia a declarar ante la jueza que lleva el caso sobre su máster alegando que padecía migrañas. La magistrada envió un médico forense para certificar el incapacitante padecimiento y el facultativo dijo que sí, que la señora Cifuentes padece migrañas, como no podía ser de otra manera: ¿qué clase de médico desalmado es el que despacha con un “menos cuento y al tajo” a un paciente que comunica un fuerte dolor de cabeza? Lo mismo podría haber alegado la señora Cifuentes una diarrea, y no le veo yo al forense haciendo guardia a la puerta del escusado para descartar el fraude. Con la debida salvaguarda de la presunción de inocencia, tanto en el caso del máster como en el de las migrañas, y hasta en el de la diarrea si fuera el caso, yo diría no obstante que la expresidenta de la Comunidad de Madrid utiliza artes de mala estudiante, es decir, no descartaría que la víspera de su cita judicial se atiborrara a tiza para librarse de someterse al examen de la magistrada. En una escuela, todo el mundo conoce al enfermo imaginario; en el caso de Cifuentes, pocos son los que se creen su excusa, porque si la cara es tan dura, la cabeza tiene que ser a prueba de bomba.
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