CRISTIAN Ganea ha fichado recientemente por el Athletic de Bilbao, procedente de Rumanía, en cuya selección ha sido internacional. Que Cristian Ganea se haya convertido en jugador del Athletic es una de las alegrías más importantes que he sentido en los últimos tiempos.
Principalmente por él mismo y por lo que debe suponer para un futbolista fichar por un club como el Athletic, atiborrado de nobleza, de leyenda y de historia.
También por el Athletic que, poco a poco, va flexibilizando sus dogmas para convertirse en un equipo moderno y muy capaz de competir, a la vez que representa a su ciudad y a sus gentes.
Pero, sobre todo, porque Ganea es un muchacho de Rumanía que ha vivido, y sufrido, las estrecheces inherentes a su procedencia y supongo que también el rigor con el que se ha tratado en nuestra sociedad a quienes, llegados de otras latitudes, han sido tildados de “ilegales” y sobre todo de “carga social y económica” para quienes ya vivíamos aquí con cierta placidez. Es por esto que el relato de este fichaje parece un cuento de hadas, una historieta que termina en los templos de la felicidad.
El Athletic ha decidido fichar a Cristian Ganea, y se han desatado las especulaciones. Su padre, Viorel, siempre “soñó que su hijo jugara un día en el Athletic”, según informan las crónicas. Sin embargo, cabe pensar que Viorel pudiera conocer la acendrada costumbre o tradición del Athletic de fichar solo a jugadores “de aquí”... y Cristian era “de allí”. De pronto, Cristian ha alcanzado la gloria, porque si ya lo es el hecho de que cualquier muchacho vasco llegue a jugar en el Athletic, mucho mayor es la gloria de quien vino siguiendo un proceso de supervivencia como el que ha venido definiendo la llegada de tantos rumanos (o de otras nacionalidades), como Cristian, que salieron a duras penas de sus tierras de origen en busca de una “tierra prometida” que solo estaba en sus imaginaciones. Por eso conviene recordar ahora todo lo acontecido alrededor del fichaje de Cristian Ganea.
Los 500 euros de Adina Porque su madre, Adina, pagó 500 euros por tener un puesto de trabajo en Euskadi. Se lo pagó a una de esas mafias que prometen éxito a cambio de dinero, por cierto, un éxito tan espurio como una promesa de trabajo. Adina fue engañada, fue entonces una rumana “ilegal” que llegó sola a Basauri, lo cual a buen seguro que facilitó críticas de algunos vecinos y sus desdenes en el trato más cercano.
Y llegó sola, con las connotaciones que dicha condición ha solido provocar. Nadie de sus seres queridos llegó con ella, ni su marido, Viorel, ni sus hijos, Ionela y Cristian. Ella fue la punta de lanza, el primer trazo de esta bellísima historia, tan humana, tan de nuestros días. Supongo que en muchas ocasiones se sentiría aludida (injusta y gratuitamente) en comentarios escuchados en las calles por haber venido “a quitarnos el trabajo”, o a “recibir ayudas económicas sin trabajar”.
Lo cierto es que el tiempo va a conceder a Adina todo lo que el propio tiempo le negó o, como mínimo, le puso muy difícil. Cuando Cristian salga a San Mamés, el aplauso ha de ser una ovación a la cordura, un saludo de bienvenida a quienes habiendo llegado buscando la vida, siempre difícil para los más pobres y humildes, han conseguido enrolarse en nuestra sociedad, en este caso incluso a hacerse un hueco en el altar de los héroes, pues eso es, y no otra cosa, el estadio de San Mamés.
El alcance social que puede llegar a tener el fichaje de Cristian Ganea es mucho más importante que el deportivo. Ojalá Cristian llegue a ser un ídolo futbolístico cuyo nombre y fama trascienda todas las fronteras (las territoriales y las de las conciencias, que suelen ser mucho más brutales) para convertirse en una leyenda. Si así ocurriera, haríamos mal nosotros los vascos bilbainos en ceñir nuestros testimonios exclusivamente al ámbito deportivo o futbolístico.
Cristian Ganea debe representar mucho en el futuro del Athletic porque, aun siendo una situación que, en parecidos términos ya se ha repetido en otras ocasiones (jugadores nacidos allende nuestros límites ), en este caso se trata de unas circunstancias emblemáticas. Adina, Viorel, Ionela y Cristian representan una realidad bien dolorosa en nuestro reciente pasado, la inmigración, que casi nunca ha sido interpretada por parte de nosotros, los receptores, con la suficiente benignidad, ni siquiera con la debida cordura.
Alguien que vino aquí Ahora que Cristian va a poder disfrutar de la lluvia de aplausos de los aficionados que acudan al estadio, nosotros también deberemos sacar conclusiones. Quienes abandonan sus tierras de origen, aunque no lleguen a ser como Cristian, han de recibir el mismo trato y la misma consideración que reciba él. No se trata del fichaje de un ídolo extranjero, se trata de alguien que vino junto a su familia, que se instaló aquí, que aprendió casi todo lo que sabe aquí, y que aunque volvió a su tierra de procedencia -¿patria?- para jugar al fútbol auspiciado por el gran mito futbolístico Hagi (que vistió las camisetas del Barcelona y del Real Madrid), ha decidido por fin aposentarse en San Mamés. Su itinerario es el propio de un inquieto y también por eso merece el éxito, aunque no todos los inquietos lleguen a alcanzarlo.
El título de este artículo -“El sueño de los Ganea”- que es copia exacta de algunos titulares de prensa de dos periódicos vascos, se presta a muchas interpretaciones. Me atrevo a interpretar, y valorar, el término “sueño”. La llegada, hace más de diez años, de Adina a España, ya obedeció a un sueño. Las adversidades de los primeros tiempos bien pueden ser consideradas vigilias y desvelos provocados por los rigores y las incertidumbres. Pero el tiempo nos provee de todo tipo de novedades, y nos obliga a nuevos esfuerzos.
Dado que nadie debe ignorar las vicisitudes que conforman la realidad, Cristian ha de saber que es un futbolista rumano, acogido y enseñado en Euskadi; debe representar ese papel con la mayor dignidad y el mejor oficio. El Athletic debe afrontar con normalidad el nuevo tiempo que se abre, porque Euskadi está lleno de posibles jugadores como él en lo que atañe a sus circunstancias vitales. ¿Por qué no hacer de él un embajador en Europa del fútbol bilbaino?... Al menos, embajador del Athletic. Con el tiempo?