ESTE 2018 se celebra en Catalunya el Año Manuel de Pedrolo para conmemorar al escritor catalán nacido en 1918. Además de seminarios y conferencias a concretar, la editorial Comanegra acaba de publicar la tetralogía La Terra Prohibida, prologada por Patricia Gabancho, recientemente fallecida. La recuperación de la figura del autor de L’Aranyó (La Segarra) es para muchos de mi generación, nacida ya “en democracia”, un redescubrimiento de primer orden. Casi todos conocíamos al autor por su best-seller juvenil Mecanoscrit del segon origen; en la que tras una invasión extraterrestre sus protagonistas Alba, todavía virgen, y Dídac, un muchacho más joven y negro, debían refundar el mundo. Elevada a la categoría de “lectura recomendada” en escuelas e institutos, la novela eclipsó de alguna forma el resto de su obra. Y es que, en la época, quizás no parecía recomendable seguir adentrándose en el universo pedroliano vista la potencia del mensaje utópico del Mecanoscrit.

Pedrolo defendía desde sus artículos y publicaciones literarias tesis impregnadas de marxismo que, entre otros temas, planteaban un independentismo popular en el que la liberación nacional era sinónimo de liberación de clase. Durante la dictadura, ya en Barcelona, Gabancho nos cuenta que Pedrolo no se sentía a gusto en los círculos literarios burgueses que frecuentaban otros escritores catalanistas. Extremadamente crítico con la Transición y el autonomismo, sus posiciones políticas pasarían de la censura franquista a un cierto menosprecio en la Catalunya autonómica.

Un escenario pedroliano Ocurre que el 2018 empieza precisamente en un escenario digno de un relato del autor, nada menos que con una causa general contra el independentismo, presos políticos incluidos. Así, la realidad catalana y los resultados del 21-D pueden analizarse desde una óptica pedroliana. En unas elecciones impuestas vía artículo 155, esto es, diseñadas para derrotar en las urnas al “desafío secesionista”, el bloque independentista consigue pese a los embates de la cara más represiva del Estado una mayoría parlamentaria (70 diputados) y una tímida ampliación del voto absoluto hasta superar los dos millones de apoyos. Más de dos millones de catalanes votan por candidatos investigados, perseguidos o encarcelados por la organización de un referéndum de autodeterminación. Sin embargo, esa opción política no parece capitalizar el aumento de participación, que llega hasta un estratosférico 81,94% (74,95% en 2015) gracias a la movilización en zonas urbanas. Allí es donde Ciudadanos saca sus mejores resultados y sí parece beneficiarse más claramente del voto del abstencionismo. El nacionalismo español consigue premio electoral sobre la base de un discurso identitario centrado en negar la existencia de una singularidad nacional catalana.

Ahora bien, los mismos resultados indican novedades en el apoyo al independentismo que convendrá analizar en profundidad. Pese a ser una convocatoria electoral centrada en el eje de competición territorial, el eje izquierda-derecha sigue existiendo. Algunos han apuntado a una descomposición de la izquierda visto el resultado de PSC y Catalunya en Comú, pero lo cierto es que en el campo soberanista por primera vez se constata una composición de izquierdas: ERC y CUP recaban más apoyos electorales que Junts per Catalunya y suman dos diputados más. Además, como ha apuntado Arturo Puente, allí donde más aumenta la participación también es donde parece consolidarse un independentismo urbano claramente ligado a ERC. Los republicanos obtienen el mejor resultado de su historia reciente y son segunda fuerza en el conjunto de Barcelona, ganando en barrios populares como Sant Andreu, el Clot, Poble-Sec, Navas, la Barceloneta o el Congrés.

La crítica de Pedrolo al autonomismo era de carácter nacional pero también social. Los primeros años de la Generalitat recuperada que conoció en los 80 (murió en 1990) le permitieron alertar de la subordinación a Madrid, que él expresaba en términos coloniales, fiel a un lenguaje más propio de los 60 y 70, e incluso de la invasión competencial que ya sufría el Govern desde el episodio de la Loapa. La justificación de la necesidad de transformar esa realidad pasaba por disponer de poder político, de liberarse antes que nada en beneficio de las clases populares. Si alguna cosa han demostrado las legislaturas precedentes es que, efectivamente, el marco autonómico da un margen muy estrecho para ejercer políticas transformadoras desde las instituciones de autogobierno.

El listado de leyes aprobadas por el Parlament y suspendidas o recurridas en el Tribunal Constitucional incluye nuevos impuestos sobre la riqueza y la contaminación, medidas igualdad hombre-mujer, derechos de vivienda, medidas contra la pobreza energética o la agencia de protección social, entre otras. Pero ese mismo marco tampoco permite el ejercicio de la autodeterminación o el inicio de un proceso constituyente.

Un independentismo efectivo Hoy el independentismo no dispone de apoyos mayoritarios en las clases populares, pero la lectura esbozada más arriba de los resultados de las últimas elecciones parece indicar que va en la línea de corroborar la profecía de Pedrolo. La mayoría parlamentaria independentista se enfrenta a múltiples retos empezando por la misma composición de sus grupos parlamentarios, amenazada por la situación judicial de varios diputados, y por un debate de investidura con los candidatos de las listas más votadas en Bélgica o en prisión preventiva. Sin embargo, las dificultades no deben impedir un análisis en base a los resultados del 21-D que permita seguir ampliando la legitimidad de ese proyecto político.

Una vez superado el debate de investidura el independentismo tendrá que gobernar de la forma lo más efectiva posible para a la vez mantener la demanda legítima de la independencia. La efectividad del Govern pasará entre otras cosas, por convencer a muchos catalanes de la necesidad de recuperar y ampliar el poder político de Catalunya en su beneficio, en el beneficio de todos, pero que eso solo será posible iniciando un nuevo tiempo político que permita dejar atrás el marco autonómico.

Se trata de una paradoja: el independentismo necesita recuperar el control del gobierno autonómico precisamente para demostrar a aquellos que todavía no lo apoyan de la necesidad de superar ese mismo marco político. La posible solución pasa por incrementar la dosis de pragmatismo, sin renunciar a las justas demandas que lo han llevado hasta aquí, y por incorporar la agenda social de forma definitiva al programa de gobierno que surja de un eventual pacto para formar el nuevo ejecutivo catalán.