ES una idea aparentemente simple, fácilmente inteligible y con la que seguramente mucha gente no experta estaría de acuerdo: la ciudad, y lo urbano, es mucho más que el centro histórico. Me detengo en esta aparente simpleza porque encierra dos conceptos -la ciudad y lo urbano- cuyo significado e interpretación distan de ser una obviedad y porque en torno a ambos -y a la primacía de uno sobre el otro- se lleva debatiendo en círculos de urbanistas de primera línea durante los últimos años. ¿La realidad de “la ciudad” ha quedado subsumida en “lo urbano”, como adelantó el filósofo francés Henri Lefebvre en los años 70 del pasado siglo? Y, si es así, ¿debemos dejar de centrarnos en el estudio de “la ciudad” y ocuparnos del estudio de “lo urbano”? ¿Qué significaría esto en la práctica?

Los conceptos de “aglomeraciones urbanas”, “ciudades-regiones”, “regiones urbanas,“ “regiones metropolitanas” y “ciudades-regiones globales” se refieren a un tipo particular de territorio cualitativamente específico, acotable espacialmente y, por lo tanto, demarcable y diferente de los espacios “no urbanos”. Pero hay evidencia creciente de la dificultad de demarcar espacialmente lo urbano de lo no urbano.

En primer lugar, la creación de nuevas escalas de urbanización en las últimas décadas es un proceso constante que origina interdependencias urbanizadas, “galaxias urbanas”, en rápida expansion, dentro de regiones metropolitanas muy extensas y también fuera de ellas, a partir de la formación y multiplicación de polinúcleos poblacionales que no dejan de crecer y atraviesan, con creciente frecuencia, los límites fronterizos nacionales.

Además, desde mitad del siglo XX se está produciendo una rearticulación funcional de los territorios urbanos, de forma que las “funciones centrales” de épocas anteriores, como las instalaciones comerciales, las sedes de las empresas, las instituciones de investigación, los lugares culturales de prestigio, así como las construcciones arquitectónicas espectaculares, los patrones de asentamiento denso y los sistemas de infraestructura están siendo dispersados desde los núcleos centrales históricos de las ciudades hacia antiguos espacios suburbanizados, entre cuencas extensas de ciudades pequeñas y medianas, y a lo largo de los principales corredores de transporte como las autopistas y las líneas ferroviarias.

En tercer lugar, se ha venido produciendo en todo el mundo una desintegración del hinterland (áreas semirrurales adyacentes a las ciudades). Los antiguos hinterlands de las principales ciudades, regiones metropolitanas y corredores urbano-industriales están siendo reconfigurados a medida que se les asignan nuevas funciones -ya sea como oficinas secundarias y almacenes, sedes de complejos industriales, zonas recreativas, redes de generación de energía, áreas de extracción de recursos, depósitos de combustible, áreas de eliminación de desechos o corredores de conectividad- para facilitar la expansión continua de la urbanización industrial y sus redes urbanas planetarias asociadas.

Finalmente, en todas las regiones del mundo, los antiguos espacios “naturales” se están transformando y degradando como consecuencia socio-ecológica de una urbanización mundial sin restricciones. De esta manera, los océanos del mundo, las regiones alpinas, las cordilleras, las selvas tropicales ecuatoriales, la tundra, los grandes desiertos, las zonas árticas y polares e incluso la propia atmósfera terrestre están cada vez más interconectados con los ritmos de la urbanización planetaria local, regional, nacional y global.

Incluso los espacios que se encuentran más allá de los núcleos tradicionales de las ciudades y de las periferias suburbanas -desde las vías marítimas transoceánicas, las carreteras transcontinentales y las infraestructuras de comunicaciones mundiales hasta los enclaves turísticos alpinos y costeros, parques, centros financieros extraterritoriales, zonas de captación agroindustrial- se han convertido en partes integrantes del tejido urbano mundial.

Según Neil Brenner (Universidad de Harvard) y Christian Schmid (ETH Zurich) estas transformaciones geohistóricas plantean un desafío fundamental a todo el campo de los estudios urbanos: sus supuestos epistemológicos básicos, categorías de análisis y objeto de investigación requieren una reconceptualización fundacional para seguir siendo relevantes en el estudio de las transformaciones masivas de la realidad socioeconómica mundial que estamos presenciando hoy, transformaciones que apuntan hacia lo “urbano” como una condición crecientemente planetaria, tal y como señalara Lefebvre hace cuarenta años. En lo que sigue quiero esbozar algunas críticas al planteamiento de Brenner y Schmid centradas en los serios problemas que supone su agenda refundacional para la investigación empírica.

Primero, es muy problemático para el investigador borrar la demarcación entre lo urbano y lo que no lo es, como parece sugerirse en una situación de “urbanización planetaria”. En ciencia, y en filosofía de la ciencia, el concepto de “demarcación” es esencial: permite establecer qué prácticas científicas producen teorías que puedan considerarse válidas epistemológicamente. Si lo que se quiere es señalar las limitaciones del concepto de “ciudad” para la investigación empírica, no sirve de mucho proponer estudiar en su lugar una situación de urbanización completa y sin alternativas en la realidad empírica. Diríamos que el campo de estudio que proponen Brenner y Schmid no tiene un objeto definido: se trata de toda la realidad y, por lo mismo, de ninguna realidad. Es preciso establecer gradaciones y distinciones entre lo urbano y lo que no lo es. Por ello, el concepto de “urbanización planetaria” se derrota a sí mismo como estrategia heuristica.

Segundo, la “planetariedad” de la urbanización solo conduce a una empresa epistemológica especulativa, como ha señalado Sue Ruddick: una empresa incapaz de concebir la política emancipatoria de un derecho a la ciudad, de una política que ponga en primer plano la autogestión y la mundialización. Si ha de existir una teoría urbana sistemática para nuestro tiempo, ha de emerger de la diferencia, no de la universalidad; de la diversidad ontológica, no de las jerarquías epistemológicas. No es solo que se proponga que la diferencia sea reconocida como un aspecto constitutivo del capitalismo, sino que debemos reconocer la diferencia, las luchas por la ontología social y lo cotidiano, como semillero de lucha, como el lugar donde los sujetos son capaces de transformarse a sí mismos y al mundo en el que viven.

Tercero, lo “rural” es mucho más que algo meramente “no urbano”. Ananya Roy sostiene que es un elemento constitutivo de lo urbano. Esto significa que, aun cuando debamos asumir una urbanización planetaria, debemos explicar analítica y empíricamente los procesos a través de los cuales se constituye, se experimenta y se disputa lo urbano como circuito de acumulación de capital, categoría gubernamental, coyuntura histórica. En el caso de “lo rural”, es una cuestión que abarca regulaciones y derechos que no son urbanos y que no están simplemente abriendo un camino para lo urbano. Las relaciones sociales de producción, así como las identidades y luchas políticas evidentes en tales territorios rurales, no pueden ser abarcadas por lo urbano. Los procesos de formación de lo urbano son, por tanto, incompletos. Hemos de leer lo urbano desde el punto de vista de la ausencia, la ausencia no como negación o incluso como antónimo, sino como lo indecidible.

El esfuerzo de Brenner y Schmid por refundar rigurosamente los estudios urbanos es encomiable, pero se agota y perece, si lo llevamos a sus conclusiones lógicas, por falta de criterios de demarcación. Esta carencia ocasionaría, paradójicamente, la disolución del campo de estudio que estos autores quieren refundar. El paradigma de la urbanización planetaria se concretaría entonces en una versión actualizada de la investigación empírica en torno a la economía política del capitalismo global entendida en sentido amplio. Lo urbano desaparece de la ecuación por ausencia de lo no urbano. En definitiva, una vez reconocido el proceso de urbanización planetaria como desarrollo empírico global, parece inevitable acotar nuestro objeto de estudio y, seguramente, seguir usando los viejos conceptos espaciales asociados a “la ciudad” en sus diferentes manifestaciones. No se trata de sustituir “la ciudad” por “lo urbano” sino de usar ambos de forma dialéctica y complementaria.