HE tenido la fortuna de visitar Londres en numerosas ocasiones por razones profesionales y por ello he sido testigo -testigo intermitente- de su transformación reciente y su expansión como metrópolis global, un hecho quizá poco novedoso (en 1800 Londres era ya la ciudad más poblada del mundo y capital del imperio británico), pero que se ha acentuado en las últimas décadas de globalización galopante. Al igual que Nueva York, la ciudad donde vivo desde hace veinticinco años, Londres no puede entenderse sin su economía financiera y su papel articulador del sistema financiero internacional. La capital británica no destaca quizá por la energía desinhibida y el contagioso dinamismo neoyorquinos. Su patrón de influencia global hunde sus raíces en la historia imperial y en el poderío tradicional del mercantilismo británico, aspectos naturalmente ausentes en la dimensión global de Nueva York, que siempre ha sido mucho más receptiva, como gran imán de inmigración, que expansiva.
Londres ha jugado siempre un papel multifacético en el Reino Unido. Desde sus orígenes como puerto de mar se orientó hacia el exterior, iniciando redes comerciales que todavía irradian a través de Europa continental, Norteamérica, África y Asia. Como capital de un Estado-nación emergente, su influencia se dirigió hacia el interior, convirtiéndose pronto en la urbe más poderosa y más poblada de Inglaterra. Dentro de la capital siempre ha existido la tensión entre la City, cuya élite mercantil centraba sus actividades en el exterior y trataba de mantener sus privilegios, por un lado, y, por otro lado, la Iglesia y la monarquía, defensoras de la tradición, cuyo centro de gravedad se situaba no muy lejos, en Westminster. La expansión del imperio británico en el siglo XIX incrementó aún más estas tensiones: las inversiones de la City londinense en mercados extranjeros estimularon el desarrollo de la industria y de las élites empresariales de las colonias periféricas; poco a poco, las colonias comenzaron a competir con las empresas británicas y a desafiar los controles imperiales.
En Londres, al igual que en muchas otras áreas urbanas del globo, los megaproyectos han definido la forma física de la ciudad y han influido significativamente en su dinámica socioeconómica desde que los romanos construyeron el muro de Londres en el año 60 AC. Los megaproyectos han sido “partículas privilegiadas” del proceso de desarrollo en la capital británica, por utilizar la afortunada expresión de A. O. Hirschman. El London Bridge, el sistema de alcantarillado y desagües, el Tower Bridge, el Tube o sistema de transporte subterráneo (el primero que se construyó en el mundo), la Barrera del Támesis (que protege a la ciudad de los reflujos oceánicos), han proporcionado históricamente la infraestructura que ha permitido a Londres crecer y expandirse gradualmente hasta alcanzar su estructura y dimensiones actuales. El desarrollo de los Docklands, el Thames Gateway, los Juegos Olímpicos, el desarrollo de Kings Cross, el East-West Crossrail y el DP World London Gateway constituyen ejemplos modernos y contemporáneos de megaproyectos que reestructuran, reformulan y modifican la morfología de Londres y proporcionan la infraestructura para el desarrollo socioeconómico, las innovaciones empresariales y, a veces, también las transformaciones urbanas más radicales.
A finales del siglo XVIII, Londres había sustituido ya a Ámsterdam como centro financiero internacional y mercado principal de deuda de los gobiernos europeos. La ciudad continuó como única capital financiera del mundo hasta bien entrado el siglo XX. Hacia 1914, Nueva York, que había superado a Filadelfia y Boston como núcleo principal del negocio bancario en Estados Unidos, surgió como competidora de Londres en el núcleo articulador de las finanzas internacionales. Después de la Segunda Guerra Mundial, el inmenso poder económico de Estados Unidos y la destrucción de Gran Bretaña y de otros países europeos situaron a Nueva York como centro financiero mundial.
Desde el último tercio del siglo XX, Londres y Nueva York, con sus enormes concentraciones de recursos y talento, han sido las potencias principales y los ejes de la red financiera global donde se deciden y ejecutan las operaciones estratégicas más complejas del sistema en su conjunto. Ambas ciudades son los principales exportadores de servicios financieros y normalmente son parte de cualquier oferta pública internacional importante. Desde los años 90 del pasado siglo, Londres, Nueva York, Tokio, París y Fráncfort concentran la mayor parte de toda la actividad financiera internacional, la capitalización bursátil y la actividad del mercado cambiario. Este patrón sigue fundamentalmente sin cambios hoy en día, aunque algunas ciudades asiáticas además de Tokio -Shanghái y Hong Kong, principalmente- han surgido como poderosos actores financieros globales.
La geografía económica británica ha mostrado desde bien entrado el siglo XIX una concentración poblacional en torno a Londres y las ciudades del sureste de Inglaterra. Durante gran parte del siglo XX, los gobiernos del Reino Unido siguieron políticas regionales diseñadas específicamente para contrarrestar esa “deriva al sur”, resultado de la decadencia de las ciudades industriales del norte de Gran Bretaña. Sin embargo, con el auge de la globalización neoliberal a partir de finales de los años ochenta, las perspectivas de las ciudades británicas conocidas elocuentemente como “no Londres” parecían haberse reducido aún más. La globalización abrió Londres a los bancos extranjeros y otros servicios financieros y las diferencias de poder económico entre la capital y el resto del país se incrementaron.
Hoy en día, debido a su papel como ciudad global dominante, Londres está más conectada a los mercados internacionales que a otras áreas dentro del Reino Unido y la economía del país es, de hecho, dos economías diferentes: Londres y el resto de Gran Bretaña. Con casi una cuarta parte del PIB del Reino Unido y un PIB per cápita que es un 20% más alto que el del resto del país, la economía de Londres destaca no solo como el principal centro productivo del Reino Unido sino también como uno de los principales centros de control y mando de la economia global. Mientras muchas ciudades del Reino Unido todavía están tratando de sobrevivir tras el desplome de 2008, Londres se ha recuperado claramente y su crecimiento económico continúa. La atracción de talento parece ser una de las razones de este éxito en las cifras macroeconómicas: alrededor del 58% de la población de Londres tiene un título universitario, mientras que en el resto de Gran Bretaña esta cifra es del 38%.
Es muy posible que el Brexit refuerce el mencionado patrón dual en la economía británica y aumenten por ello las diferencias entre la capital y el resto de Gran Bretaña. Londres, mucho más perjudicado potencialmente por la salida de Europa que el resto del país, intentará mitigar el impacto de la separación buscando quizá un estatus especial con la UE que preserve algunas ventajas de la pertenencia. Por ejemplo, la industria financiera londinense perderá derechos de acceso privilegiado (el llamado “passporting”) a empresas, servicios y mercados de la Unión Europea, pero podría acogerse a la denominada “equivalence” que permite mantener ese acceso privilegiado desde fuera de la UE, aunque con limitaciones.
Los “distritos de innovación” londinenses, con un tercio de trabajadores en start-ups y empresas de alta tecnología nacidos fuera del Reino Unido, tienen mucho que ganar con un posible estatus especial de la capital con la UE: evitarían así que sus empleados foráneos se vieran sometidos a las restricciones laborales a la libre circulación que impondría el Brexit.
La UE podría avenirse a acuerdos con la capital británica, capital económica y cultural de Europa, entre otras razones porque no sería ninguna ciudad europea, sino Nueva York (rival financiero global de Londres), quien más se beneficie de un posible declive económico londinense post-Brexit. En Londres se han recogido más de 300.000 firmas para que la ciudad no sea incluida en la nueva legislación que regule la salida de la UE y ha ganado tracción la idea de crear un “London visa”, un visado londinense para que los trabajadores de la UE sigan teniendo libre acceso a la ciudad. Muchos expertos coinciden en que Londres necesita una “solución regionalizada” que amortig?e el golpe del Brexit en la ciudad. El gobierno nacional, sin embargo, no cederá poderes a la capital fácilmente.