eN España se ha pasado del burro al avión sin revolución burguesa. El capitalismo en España comienza a extenderse en el primer tercio del siglo XIX y alcanza su madurez en los años 60 del siglo pasado, pero si por revolución burguesa entendemos la derrota política de la aristocracia feudal a manos de la burguesía, lo que supone la creación de un Estado democrático, hay que decir que tal acontecimiento no se ha producido de forma satisfactoria. Se podría decir más: la penetración del capitalismo en España se dio de la mano de una contrarrevolución con represión salvaje y eliminación física de obreros, campesinos y sectores progresistas de la población. No, el pueblo español no tiene culpa de que una casta o clase dirigente haya implantado el primitivismo en la lucha política, el atraso y la ignorancia en regiones del Estado, y la reyerta como resolución de conflictos. Es la estirpe que elogió Mariano Rajoy en un periódico gallego, y de la que es heredero, la que ha tutelado y dominado España durante los últimos 200 años, creando un Estado que nunca, nunca, entendió ni quiso entender la realidad plurinacional.

En España, la violencia ha sustituido al diálogo desde siempre. El franquismo es tardío, y ya mucho antes en la mentalidad colectiva de la clase política española -también en parte de la izquierda-, estaba instalado el correr de la sangre. Esa España dramática, negra, en la que la envidia y la venganza y el sectarismo han sido manipulados por la maquinaria del poder, sigue viva. Navaja, barro, clavel, espada, la muerte siempre presente nos acompaña en nuestras cosas más cotidianas, dice la canción. Y lo cierto es que esta España no superará el desahogo de las bajas pasiones mientras no haya otros partidos políticos. Los dos mayoritarios en los últimos cuarenta años están descalificados para llevar a España a una modernidad democrática. Se han apropiado de las instituciones, aupándose sobre ellas. El Partido Popular es la continuidad de la España despótica y el PSOE sigue aspirando a captar el voto sociológicamente franquista adaptándose a sus demandas. Son dos partidos súbditos.

Mismo electorado en disputa Un ejemplo: ¿Por qué el PSOE apoya al PP en sus decisiones represivas contra Catalunya? La respuesta es: por cálculo electoral. Lo que quiere decir que ambos partidos se disputan una misma parte del electorado, justamente esa parte beligerante contra Catalunya, a la que se le ha insuflado odio y es hooligan de la sacrosanta unidad de España. Esa parte, diría que políticamente enferma de la realidad española, es objeto de una lucha de conquista por los dos partidos que comparten la tradición de una España política que siempre ha afrontado sus conflictos espoleados por el “A por ellos”.

Es por esto que cuando escucho la manida frase de “España es un gran país” respondo pensando: Los pueblos del Estado español sí son buena gente, pero su clase política es una desgracia. ¿Recuerdan ustedes cómo los diputados del PP aplaudieron a rabiar en el Congreso la entrada de España en la guerra de Irak? Aplaudieron la destrucción y la muerte en Irak, pero también la más que posible muerte de soldados españoles. ¿Es esto lo propio de un gran país? ¿O lo es de un país primitivo?

Lo que ocurre, lamentablemente, es que una parte de ese pueblo está contaminado. Recibe el alimento del sectarismo frente a los nacionalidades periféricas y en contrapartida el de un nacionalismo español atrasado por su composición mental y emocional, ligado al franquismo. La España bien atada por el dictador está muy viva. No es el pasado ya neutralizado sino un pasado que se vuelca en el presente y utiliza la ley para cobrarse una venganza perfecta.

Tras tener que tragar la transición, la élite neofranquista ha sabido esperar para apoyarse en los votos, ahora no en las ejecuciones y cunetas, sino en las urnas, y dar legitimidad a lo que se propone: restaurar un régimen autoritario de libertades recortadas, de todo lo cual la ley Mordaza es uno de sus avisos.

Así como la crisis económica ha creado un nuevo escenario de demolición progresiva del estado del bienestar sin posible recuperación del pasado que ahora recordamos no sin nostalgia, también en el ámbito político estamos siendo llevados hacia una nueva realidad de tipo autoritario y que se pretende irreversible, acorde con una concepción extremadamente empobrecida de la democracia que pretende colocar a la ciudadanía al servicio de la ley y no justamente al revés, como debe ser.

Lo que llama la atención es cómo frente a esta realidad involutiva, el PSOE permanece noqueado, casi resignado, siguiendo la estela de un partido señalado por los jueces como culpable de corrupción, pensando que con ello podrá conectar mejor con una parte del electorado, ante el desgaste de Rajoy. Una vez más, el partido es lo primero y la sociedad en general viene después. Perdidos en la vorágine política, los socialistas se muestran incapaces de comprender que lo que está ocurriendo es un cambio de época que nos lleva a un escenario brutalmente regresivo. El PSOE ya no es el referente de un nuevo modelo social y político, es apenas un fantasma sin rumbo, perdido, cuyo objetivo más tangible es mantenerse en la política de las élites como modo de vida, parasitando en las instituciones. Su destrozo es tanto más grave cuando observamos que ni siquiera representa nada serio en la esfera del pensamiento, del ejercicio intelectual, que permita abrir caminos inéditos.

La democracia de las porras Solucionar los problemas a golpes es lo propio de la vida política española y ahora de la democracia de las porras. De tal modo que el resurgir de la ultraderecha, o mejor dicho su reciente visibilidad, es la obra actual de esa España indisoluble hecha dogma que no reparará en utilizar la razón de la fuerza en lugar de la fuerza de la razón. Hagámonos la pregunta: ¿Por qué en España no hay un fuerte partido de la ultraderecha? Respuesta: porque está en el PP.

Es posible que hay quien entienda que voy lejos en mi diagnóstico. Respeto esa opinión. Pero está ocurriendo que se quiere consolidar una arquitectura política en muchos aspectos predemocrática, algo que gira alrededor de la idea de que sólo es democrático lo que está en la ley. La respuesta a esta barbaridad ya la dio hace sesenta años Rosa Parks, la mujer negra que desafió a la América blanca cuando el 1 de diciembre de 1955 incumplió la ley por sentarse en un asiento de autobús reservado a los blancos y fue arrestada por ello. El gesto de aquella humilde costurera de 42 años dio inició al movimiento de los derechos civiles que encabezaría Martin Luther King, que por cierto también fue ilegal hasta que cayó derrotada la injusta ley racista. Mucho antes de aquel gesto de Rosa y por supuesto después, hay centenares de ejemplos que muestran que lo que hoy es legal primero fue ilegal y perseguido.

Hace 160 años, la desobediencia civil moderna surgió como una alternativa para defender la democracia del abuso de leyes que ya no respondían a la realidad social y la voluntad de la gente y que se habían convertido en camisa de fuerza. Así es como ha avanzado la humanidad desde el esclavismo hasta nuestros días. Pero los socialistas ya no saben de esto. Sus ideas democráticas empiezan y acaban en la ley, empobreciendo su ya pobre pensamiento.