Cuentan que un chico viejo pidió a un amigo marino que le trajera un loro de África para pasar la soledad. Le sacó un dineral al gixajo. El marino gastó casi todo lo que le dio en vino y mujeres y el resto lo malgastó. Así que fue a un pajarero de Guinea y por cuatro perras le compró una lechuza a ver si engañaba a su amigo. Se la entregó al amigo, diciéndole que le enseñara a hablar con paciencia pues a los loros les cuesta aprender euskara. A vuelta de viaje le visitó en el baserri y le preguntó si ya hablaba el loro. Responde: “¡Qué va!, ni palabra, pero estoy tranquilo, pues lo que se fija...”. Esta podría ser la historia de Rajoy. Conociendo sus títulos académicos se puede pensar que cuando escucha en la tribuna del Parlamento está preparando una respuesta contundente, pues tiene los ojos abiertos y no mueve ni un pelo del bigote, solo su conocido tic del ojo izquierdo. Pero la realidad es que no sabe qué decir porque no es un loro parlanchín, solo es una lechuza que aparenta escuchar con atención, cuando en realidad se limita a leer los apuntes que sus amanuenses le preparan, aunque no hagan referencia a las cuestiones que se le plantean. Su retórica no pasa de ser la de un adolescente apasionado por el fúrbol, que cuando habla espontáneamente se limita a frases sin sentido, con una sintaxis incoherente, y cuando hay tensión se inventa un viaje al extranjero para aprender idiomas y escurrir el bulto, antes de aparecer ante un plasma con los ojos redondos, aparentando un mundo interior profundo y reflexivo, afirmando con énfasis que “un plato es un plato?”. Como dice el mutilzaharra: “No habla, pero lo que se fija?”. Así lleva cautivando a sus votantes que niegan la corrupción de su partido, afirman que la crisis es del pasado, que somos el país que más crece y que tenemos la banca más sólida del mundo. Ya lo decía Romanones: “Qué tropa, joder, qué tropa”.