Síguenos en redes sociales:

El esperpento nacional

ESPERPENTO. Esta es la palabra que mejor define la llamada Fiesta Nacional española: las corridas de toros. En primer lugar está el esperpento de la sangre; unos señores martirizan sin descanso a un animal acorralado, provocándole sucesivas heridas hasta que le propinan la puntilla final. El segundo esperpento es el del júbilo circundante, que celebra la sangre y el sacrificio con algarabía, pitos, palmas y pasodobles. El tercer estadio esperpéntico está en el antes y el después del espectáculo en sí, es decir en el mundillo que rodea a los toreros: prepotencia, chulería, machismo, ostentación de dinero y testosterona, desprecio hacia los incultos que no entienden su arte (sí, lo llaman arte). Al cuarto esperpento contribuimos los medios, los del cuché y los del papel como Dios manda, los de la prensa rosa, y los de la roja y la azul. Y el último esperpento lo constituye esa comunión de destino en lo universal del nacionalismo español más rancio y los toreros que entienden a este como el garante de su futuro. Leo que en la corrida del 25 de agosto en Bilbao, con presencia de Juan Carlos I y la infanta Elena, un tal Enrique Ponce brindó su faena al exmonarca “por la unidad de España”; un tal Cayetano ordenó a su cuadrilla que las banderillas llevaran los colores de la bandera española, y que un tal Ginés Marín coronó sus palabras al Borbón con un sonoro “viva España”. Es la fiesta nacional, ¿qué quieres?, me dirán. Es el esperpento nacional.