Siento que me están transformando en un ser obsoleto y caducado. No soy blogger, ni influencer, ni subo mis imágenes para que las vea todo quisqui en el Facebook. Eso sí, tengo un smartphone, cuando antes tenía solo un puñetero móvil. Incluso dispongo de una Smart TV baratita.

Tampoco escribo tuits ni retuits. Soy tan antiguo que escribo cartas al director. Me he quedado en el siglo XX.

Además tengo algunos problemas en estos tiempos tan globalizados para realizar la traducción del castellano al castellano. No entiendo el uso de los nuevos palabros que algunos repiten con fruición: Visibilizar, poner en valor, buscar la excelencia, coaching, trazar líneas rojas, sí o sí, en el minuto uno (por cierto, debería ser en el minuto cero) son términos que bien mezclados te dan suficiente juego para una conversación.

Uno de los últimos términos cool es la maldita “zona de confort”.

Leo en DEIA que una señorita muy moderna y lanzada ha querido huir de su zona de confort y ha montado un negocio de comida vegana en Sri Lanka. ¡Jo, qué envidia!

Mi aita trabajó 10 horas diarias, incluidos sábados, para sacar un sueldecito que le permitió fundar una familia corriente y moliente con 600 y todo.

Yo, como todos los que tiene la suerte de un trabajo digno y sin corruptelas, he currado como un jabato toda mi vida para llegar a final de mes y formar otra familia.

Ni mi aita se enteró, ni yo hasta ahora, de que vivíamos en la zona de confort.

Mecachis en la mar, si lo llegamos a saber hubiéramos vivido más relajados.

Ahora voy enviar este escrito on line yo mismo porque no tengo commodity manager.