La percepción que las Personas Mayores tienen de ellas mismas, contrasta con la falsa imagen que la sociedad tiene de ellas, lo que crea un conflicto de identidad, que comienza cuando una persona por su edad, o por su cese laboral (jubilación), siente que la sociedad le identifica como Persona Mayor, asociándole con pasividad, enfermedad, deterioro y falta de autonomía personal. El resultado de este conflicto es el rechazo a ser considerada Persona Mayor, y a todo lo que se relacione con esta identidad social. Estoy hablando de personas con sesenta o setenta años, que debido al aumento de la esperanza de vida, tienen por delante una nueva etapa vital, mucho más larga que en el caso de generaciones anteriores, con muchas más capacidades y con una gran disponibilidad de tiempo, lo que constituye otra de sus grandes “riquezas”. Se trata por tanto de personas que se encuentran atrapadas entre dos prefijos: el “post-laboralismo” y la “pre-ancianidad”, privados de una identidad social propia, y formando parte de una Sociedad que no sabe reconocer sus capacidades, que no les reconoce el rol de agentes sociales activos, y la respuesta es, como he apuntado, negar la condición de Persona Mayor. Es muy habitual escuchar: “Yo no soy mayor”, “los otros son mayores”, “eso es cosa de mayores”. Por todo lo anterior es urgente dar respuesta a este conflicto de identidad social de las Personas Mayores, sobre todo si no queremos perder, socialmente, a toda una generación de personas que pueden aportar mucho al conjunto de la Sociedad, y que hoy por hoy, se les considera ciudadanos necesitados de “recibir”, negándoles la capacidad de “dar”.